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Otra vez Perpignan

Otra vez Perpignan

martes 07 de septiembre de 2010, 22:55h

Películas de culto como Enmanuelle o El último tango en París se han convertido en referencias vitales para una generación. En nuestras incursiones de los años setenta al otro lado de la frontera, el paquete cinematográfico programado se complementaba con la adquisición de libros de Ruedo Ibérico, que luego se camuflaban bajo las alfombrillas del coche, los yogures, que siempre eran mejor que los españoles, y los quesos, muchos quesos. En diciembre, también angulas y ostras. El objetivo cultural se tergiversaba a veces porque era difícil convencer a tu convecino de que Enmanuelle era la vanguardia del nuevo cine erótico y porque se te había caído del bolsillo una entrada de cine que verificaba que habías asistido a la proyección de Las rubia seis guardianas  del paraíso del sexo.

Cuarenta años después de estos empachos democráticos de fin de semana hemos encontrado un motivo para revivir aquellos viajes de juventud. Volvemos a Perpignan. No se trata ahora de evocar recorridos cinéfilos. El próximo destino de algunos catalanes serán las ferias de Arles y Nimes que ofrecen tradicionalmente magníficos carteles taurinos. La abolición de los toros en Cataluña pone en marcha un nuevo turismo hacia el ciclo taurino de Nimes que, además de las corridas, propone sus prestigiosas  fiestas de calle y el marco incomparable del coliseo romano, donde, por cierto, se celebra la feria.

Hace ya tiempo que Cataluña dejó de ser taurina. Los triunfos apoteósicos de Chamaco y de El Cordobés pertenecen a otra época histórica. Las plazas canalizadas hacia los turistas como Tarragona o Lloret pasaron a mejor vida. El público ya había dejado de acudir a los toros. Un cartel de lujo como el del domingo pasado sólo atrajo a tres cuartos del aforo de la plaza de Barcelona; como en otros sitios, el único que llenaba los tendidos era José Tomás.

En realidad no corren buenos tiempos para un espectáculo que ha quedado limitado a un reducto festivo. Las nuevas generaciones pasan de los toros y a numerosos espectadores verbeneros les cuesta diferenciar el capote de la muleta y sólo aciertan a distinguir con claridad la suerte de matar y el caballo del picador. Las corridas de toros se circunscriben exclusivamente a los programas de fiestas y en una ciudad como Pamplona, con llenos diarios en los sanfermines, ningún empresario, en su sano juicio, se atrevería a organizar un festejo el resto del año.
El mundo taurino no ha sabido tampoco mantener la vigencia de esta espectáculo. Entradas muy caras, escasa promoción y plazas incómodas no son los mejores atractivos. ¿El toreo es arte? No lo sé, pero el arte no se puede degustar bajo un sol insoportable ni con una lluvia persistente.
No creo que en la decisión del Parlamento catalán de debatir una iniciativa popular hayan pesado sentimientos antiespañoles, pero sí sorprende que, en esta ocasión, la clase política tan refractaria a las listas abiertas haya permitido a los parlamentarios el ejercicio de la libertad de voto para un asunto como éste y no lo haga mayor frecuencia. Sorprende también que la abolición taurina no se extienda a otros festejos populares, existentes en Cataluña y en el resto de España, en los que la crueldad es, como mínimo, equiparable a la de una corrida de toros.

La regulación moral cinematográfica nos llevó en los setenta a cruzar la frontera. Otra regulación social nos conducirá ahora a unas fiestas de la vendimia que hace años acogió uno de los acontecimientos taurinos de la década, la alternativa de Rafi Camino y de Miguel Báez a mano de sus padres Paco y Litri.

Los que sobrevivimos a la tipificación de las películas calificadas con tres con reparos esperamos sobrevivir también a la regulación de los toros. Iremos a Nimes, pero ya no estamos para más regulaciones ni somos los mismos.

Carlos Roldán. Periodista.

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