La cosa es más sencilla, señores políticos descontentos con la sentencia del Constitucional. No se calienten tanto los cascos. Les propongo renunciar al Estatut.
Nada de someterse a un Tribunal que han deslegitimado, desautorizado, vilipendiado, escarnecido y todo lo que hizo falta para pararle los pasos. Un poco de dignidad, señores.
Nada de plegarse a las aviesas intenciones de un
Zapatero que nuevamente se burla de ustedes, declarándose satisfecho de lo que consideran un bodrio que les indigna, consterna y vomitan, aceptando hipotéticos zurcidos de una costurera que entre por la puerta de servicio.
Nada de aceptar que el PP de
Rajoy le haya hecho, legalmente, a Zapatero ( ¡qué alivio¡) el trabajo sucio de adaptar el estatuto catalán a las normas constitucionales, que ahora satisface a ambos, y que el Presidente del Gobierno considera que marca el techo de las aspiraciones identitarias y nacionales de Cataluña. Se lo advertíamos que en esto esos dos personajes (más allá de gestos espectaculares y palabras gruesas) se pondrían de acuerdo pronto.
No le den más vueltas. Ni tragar, ni manifestaciones, ni jugar más proclamadas “urbi et orbe”, de tantas promesas de fidelidad a a gigantes y cabezudos. Nada de conformarse con las migajas de tantos ideales concebidos, los restos de tantas aspiraciones de nuestra milenaria historia nacional. Sean fieles a la llamada de su sangre; no se vendan por un plato de lentejas de Madrid.
Señores diputados del Parlament, no discutan ni dividan más, que no se les vea el forro. Sean decididos y estén a la altura de las irrepetibles circunstancias históricas. Nada de solemnes Manifiestos que se llevan el viento. Si no se atreven (por aquello del bolsillo y de que los tanques españoles están en manos de la socialista catalana
Carme Chacón) a declarar la independencia, digan no a este Estatut. Tengan la valentía y la dignidad (si el Constucional no se lo impide) de rechazarlo. ¿La honra o los barcos?