Si la mala leche se pudiera recoger en aspas de molino seríamos el primer productor de energía del mundo. No hay otra fuerza de la naturaleza que nos mueva mejor y con mayor intensidad. A pesar de estar en verano que es época de tradicional bonanza informativa, (hace unos años es cuando salía a pasear el monstruo del Lago Ness), la intensidad no cede, en parte provocada por el entusiasmo del Gobierno en recortar el sueldo a los funcionarios y las pensiones a los jubilados. Y, además, presume de ello como el que ha cortado el colmillo a un elefante (entiéndase por colmillo las rebajas que se meten en las nóminas).
No hace falta ser un experto en demoscopia para notar que el enfado es algo corriente en las calles, y quizá podríamos subir un grado en la escala de sinónimos para hablar de cabreo sin precedentes. La huelga de los empleados del Metro de Madrid sirve como termómetro para regular el grado de irritación. Para protestar por la rebaja de sus nóminas los trabajadores del Metro han decidido saltarse los servicios mínimos y que se joroben dos millones de personas que, a diario, cruzan Madrid por el laberinto de sus tripas. Eso mismo pasado a la Sanidad sería como si los anestesistas se pusieran en huelga y abandonaran el quirófano y allá se las componga el enfermo. Las huelgas que están pensadas para llamar la atención han tomado el carácter de huelga contra los demás, y a cuántos más afecte mayor éxito. Y así los pilotos aguardan a semana santa para reivindicar lo suyo, los profesores a que se inicie el curso, o los empleados de limpieza justo al día previo a la fiesta de la patrona. El caso es hacer huelgas a lo egipcio: con mucha gente empujando la misma causa y al que le caiga la losa de granito en el pie que se busque un buen podólogo.
Madrid sin Metro es como Nueva York cuando a
King Kong le da por buscar a la rubia entre los rascacielos, un caos que deriva el laberinto de coches furiosos y de pasos de cebra que los peatones sortean como si fueran ríos de aguas bravas. Y todo por una huelga tan brutal como eludible; eso sí lo que no podemos evitar es el estado de irritación colectivo. Sepa el Gobierno que al recortar sueldos y pensiones, al marcar la línea de la rebaja salarial también ha metido la tijera en la alegría de los españoles, de ahí estás huelgas de trazo grueso que tienen mala prensa y peor resultado. Y que se hacen tirando a dar, sin ningún género de duda.
La primera parte del manual del gobernante es alcanzar acuerdos, manejar la sociedad a golpe de capricho lleva a estas reacciones que son virulentas, incómodas y lamentables. En vez de calmar la marea hay quien sopla para intensificar las aspas del molino.