El resplandor de los fuegos de artificio iluminaba, entenebreciéndolo más si cabe, el escenario de la carnicería. A muy poca distancia del apeadero de Castelldefels-playa, miles de jóvenes disfrutaban de la antigua fiesta del fuego junto al mar, y tal vez por el ansia de llegar cuanto antes y compartirla, algunos intentaron abolir la frontera de las vías. De lo que sucedió entonces queda la huella del horror en los destrozos del testero del Alaris que se abatió de súbito sobre ellos. A resguardo de los resultados de la investigación, parece, en efecto, que la imprudencia de las víctimas fue la causa principal de su masacre, pero un suceso que se salda con la muerte violenta de tantas personas, jóvenes la mayoría, no podría en ningún caso despacharse con una mera atribución de culpas.
Es muy probable que ninguna responsabilidad en el suceso tenga el maquinista, que a estas horas estará destrozado, y también que el paso
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subterráneo que traspone los andenes estuviera expedito y en condiciones. También lo es que el tren silbara, cual suele hacerse, al aproximarse a la estación, que hubiera carteles de prohibición de cruzar las vías, e incluso puede que una voz anunciara por megafonía la inminente irrupción de un tren sin parada. Todo eso es muy probable, pero lo que es seguro es que un tren a cerca de 200 kilómetros por hora no debería circular a cielo abierto por el interior de un casco urbano, como sucede con los que pasan tan veloces por las dos estaciones de Castelldefels.
Algo se avanzó en los últimos años en la lucha contra la siniestralidad de los pasos a nivel con y sin barreras, pero el cierto abandono que arrastra el tren clásico desde la irrupción del AVE, abandono que podría agudizarse con los recortes que planea Fomento a causa de la crisis, no contribuye a mejorar su seguridad, sino antes al contrario. Acaso nadie, ni prohibiciones ni pasos subterráneos, pudo mover a la prudencia al desventurado grupo que buscaba ávido la noche de San Juan, pero sí pudo haber algún refuerzo de seguridad en los andenes para que esa noche no fuera, para tantos, la última.
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