Entramos en una semana cargada de emociones, en que los parlamentarios votarán los planes de austeridad del Gobierno (“¡a buenas horas, mangas verdes”, que dirían los clásicos)”, y en que España se juega, esta tarde, frente a Honduras el paso que necesita “la roja” para seguir soñando en Sudáfrica. También vivimos el momento en que el ministro José Blanco se atreve a decirle al líder de la oposición, Mariano Rajoy, que, con su NO a todo lo que propone el Gobierno, se somporta como las sonoras vuvuzelas en los estadios sudafricanos, un sonido cansado y reiterativo que saca de quicio a algunos futbolistas y a muchos aficionados.
Este pasado ha sido, por lo demás, el fin de semana de la muerte del premio Nobel José Saramago, el primer portugués que obtiene el máximo galardón de la Academia Sueca. La defunción del gran escritor portugués, residente en Lanzarote, a los 87 años de edad, nos ha puesto en bandeja el sectarismo de los criterios literarios del personal: casi nadie analizó la obra del autor de “La balsa de piedra” o de “El Evangelio según Jesucristo”, sino que prevalecieron loas y ninguneos según se entendiese en cada medio de comunicación, incluido “L´Observatore Romano”, el criterio político del autor, un hombre radicalmente ético, un pesimista esperanzado y un militante comunista.
Por lo demás, se insiste en la crisis de Gobierno, que para unos es absolutamente imprescindible al finalizar el semestre de presidencia española de la Unión Europea, y para otros sería una debilidad que Zapatero no se podría permitir en estos momentos, por aquello de “no cambiar de caballo cuando estés atravesando el rio”. Tengan razón unos u otros, los observadores detectan en el ambiente alguna señal de cambio, y ya hay ministros, como el titular de Trabajo, Celestino Corbacho, que sin ser el peor colocado en las quinielas, ha dicho que si en hacer las maletas para venir de Cataluña a Madrid invirtió apenas media hora, en la preparación del viaje de de vuelta, si es que Zapatero lo decide, aún necesitaría menos tiempo: apenas un cuarto de hora.
Pero, en fin, a ver lo que ocurre esta tarde entre los de Del Bosque y los hondureños, entre Manolo el del bombo y las vuvuzelas que, según Pepiño Blanco, son cosa de Rajoy, como si al Gobierno no se le pudiese decir, que con reforma o sin reforma económica, con crisis o sin crisis, ”mucho ruido y pocas nueces”.