Todo es un poco surrealista. Primero, los sindicatos convocan una huelga porque ellos mismos confesaron su impotencia para lograr el acuerdo en materia de reforma laboral que se les había encomendado, como tarea propia, específica y sin participación de nadie más que la patronal y el Gobierno. En segundo lugar, los sindicatos, que vienen de padecer otra huelga frustrada en el ámbito de los funcionarios, con mucho menor seguimiento del que ellos mismos dijeron, y cuyo fracaso ya han reconocido, aspiran a conseguir esta vez una gran huelga, y para ello la posponen a finales de septiembre. Parece importarles poco la razón última de la convocatoria de huelga. Y en tercer lugar, en efecto, se da la circunstancia de que esta huelga se había previsto para el supuesto de que el decreto del Gobierno resultara lesivo para los sindicatos y los trabajadores. No se sabe aún si será lesivo o todo lo contrario, por dos razones: porque ni siquiera será decreto, sino proyecto de ley, y porque se conoce el borrador del Gobierno, pero ni mucho menos es imaginable lo que puede dar de sí la correspondiente tramitación de esa futura ley para la que los partidos han pedido más tiempo, y para el que el Gobierno aspira a conseguir una mayoría amplia.
Por todo lo cual, la convocatoria de huelga para el 29 de septiembre parece una cosa bastante poco razonable ni siquiera comprensible. Pudieron haberla convocado cuando se daban los grandes pasos en el incremento de parados, los tres millones, los cuatro millones, los cuatro millones y medio de parados. Pero en aquellos momentos, las centrales parecían tener otras preocupaciones "más graves" y perentorias, o prefirieron mostrarse más solidarios con el Gobierno o con la crisis. Ahora, como ha dicho expresivamente
Carlos Solchaga, los sindicalistas, ya que no han conseguido la foto del acuerdo, parecen necesitados de la foto de la huelga, como trofeo a colgar en los despachos. ¿Qué sucederá en septiembre? ¿Qué habrá sucedido en este trimestre intermedio? Puede que, en efecto, haya razones objetivas para un gran paro nacional, o puede que sea lo más contraindicado posible, como han puesto de relieve los políticos más templados.
Lo cierto y verdad es que los sindicatos han decidido hacer una huelga no se sabe bien contra qué y contra quién: ¿contra el país, en un momento de severas dificultades económicas y financieras?, ¿contra el Gobierno?, ¿contra el Parlamento que decidirá la normativa laboral?, ¿contra las autoridades de la Unión Europea que han forzado, tras larga espera, a que se legisle una normativa de reforma laboral por cuya virtud se confía en empezar a resolver el paro?, ¿contra los propios sindicatos y patronal que no fueron capaces de resolver sus propias dificultades para consensuar la norma que ahora van a protestar?
Todo es bastante difícil de explicar, y también lo sería que la convocatoria sindical llegara a tener alto seguimiento. Querría decir que se mezclan muchos otros enfados y muchas otras protestas.
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