Shakespeare ha demostrado que saber qué no es una cosa, ya es un aumento del conocimiento. Y que a fin de cuentas los errores fundan la verdad. C.G. Jung
Debemos analizar y ver nuestra contemporaneidad desde lo universal, desde la visión de los grandes maestros. Uno se harta de repetirlo; mis mayores me enseñaron a ver de esta manera. Nos enseñaban lo ético a partir de lo humano de cada momento cultural. De lo contrario seguiremos creyendo en estos líderes, en estos señores, en un lumpenaje sin destino histórico ni social. Desde esta visión veo el presente. Desde este panorama siento cada murmullo. La pasión es libertaria, el resto es hastío y corrupción. El resto es poder.
Como sabemos, John Falstaff es un personaje de ficción creado por Shakespeare. Su carácter es festivo, cobarde, vanidoso y pendenciero. Fue inspiración para cientos de obras posteriores en la literatura, la ópera y el cine. No podemos dejar de mencionar la ópera bufa de Verdi. Para Harold Bloom -célebre crítico de Yale- Falstaff y Hamlet son la principal creación de Shakespeare, porque en ellos pone el autor más de sí mismo. El escritor crea tal despliegue de profundidad e ingenio en estos dos personajes, que concluimos que portan su palabra, y que construyen y elaboran su persona. Ambos son seres que se escuchan y se inventan a sí mismos (como el Quijote se lee y se reinventa), cambiando ante nuestros ojos y participándonos de sus procesos interiores. Falstaff se sabe en perenne transformación, y se define como ser lunar, de mareas cambiantes. Para él no hay solidez ni estabilidad. Todos somos seres de identidad forjable, y tal vez por eso sorprendentemente libres.
Falstaff sabe que proyecta sus rasgos vitales en los demás: insiste en su capacidad para detonar el ingenio de los otros, y para despertar en ellos el gozo y el sentido del humor. Herido y burlado, no obstante declara, en su mejor espíritu y en consonancia con el personaje de Shakespeare, que sus argucias han provocado las de otros, con una especie de orgullo de maestro por la inteligencia humana.
En verdad, querido lector, uno ve permanentemente como podemos hallar todo en la literatura clásica. La gran literatura, las obras griegas, las obras latinas, Shakespeare o Cervantes, Dante o Goethe, han brindado a la humanidad las claves de su comportamiento, las coordenadas esenciales del destino. La corrupción, el amor, el engaño, la falsedad, la lucha por el poder, lo canallesco, lo burlón, las bajezas, lo filosófico, el amor, están es estas páginas. Desde luego, en la música, en la pintura, en la escultura, en el teatro. Y más recientemente, en el cine. Naturalmente, como casi nadie las lee ni las leyó - y los pocos que lo hicieron, salvo excepciones, fueron veloces y superficiales - el hombre continua siendo lo que es. A veces un poco peor, otras inimaginablemente imbécil.
En un trabajo de Giorgio Melchiori leemos que "Shakespeare, según Harold Bloom, es "el centro del Canon Occidental ", situando a Falstaff y Hamlet en el centro del canon Shakespeariano. Bloom afirma que si Shakespeare hubiese muerto en el mismo año en el que Marlowe fue asesinado, en 1593, "hubiera resultado desfavorable la comparación con Marlowe".
"Don Quijote se aferra al idealismo en una sociedad que lo ignora; el Falstaff de Enrique IV, al contrario, a una racionalidad individualista y el ritmo de la prosa, mientras los nobles que chapurrean verso blanco son igualmente egoístas, pero más disimulados", nos explica Northrop Frye.
En nuestro país y en el mundo vemos, según los períodos históricos, estas realidades. En Shakespeare, la invención de lo humano, Harold Bloom aclara algo fundamental. "El poeta de Marco Antonio y Cleopatra, no ama ni odia al mundo, ni el teatro; a empezado a estar cansado de uno y otro." También explica que "el público es una trampa para él y pronto requerirá de él menos y no más".
Estas lecturas nos vienen bien, comprendemos más a nuestro vecino, a nuestro semejante, a nuestros monarcas. Son lecturas que al volver sobre ellas cada año, nos enseñan, entre otras cosas, donde encontrar esos pequeños Macbeth cotidianos, esos malévolos Yago de pacotilla que son candidatos a fotografiarse como escritores o políticos. Sea con quien sea. El aterrador infierno de estos personajes nació desde la raíz del hombre. Y convive con nosotros. Son médicos, abogados, sindicalistas, curas, militantes sociales, embajadores, diputados, intelectuales. La sublime inteligencia de estos auténticos genios nos dan los elementos para descubrirnos y descubrir el universo.
En estos días estoy terminando de revisar las pruebas de galeras de mi próximo libro: Antología personal. Lo presentaré en unos meses en Buenos Aires y luego en España. Estaré en Galicia, Gijón, Madrid, Málaga... Durante los últimos tres años vengo seleccionando poemas, analizando texto, configurando la trama de una mirada. La tarea no fue fácil. Mi primer libro lo publiqué a los veintitrés años, son cuarenta años de trabajar sobre lo poético. Veintitrés años escribiendo poesía, sobre poesía, desde la poesía. Y al leer -una y otra vez- esos versos, fui tomando dimensión de una estética, de una ética, de un combate libertario permanente. Uno, y perdón por lo extremo, no ama ni odia al mundo, ni a la poesía, pero comienza a cansarse. Y, en algún lugar, descubre que el público es también una trampa más de un sistema social, político y cultural. Eso es todo, caro lector. Eso es todo.
Carlos Penelas
Buenos Aires, mayo de 2010