Para ser periodista es indispensable ser curioso, dominar la narrativa y disfrutar de la conversación y el debate. Es obligado, además, ser preciso, sentirse seguro de sí mismo y saber trabajar bajo presión y plazos muy cortos. Para el periodista su profesión debe ser el centro de su existencia aunque las circunstancias no permitan vivir de ella. Desde los facundos locutores de radio a los populares presentadores de televisión, desde los inquietos redactores de prensa a los ágiles reporteros trotamundos, sobreviven en un día a día vertiginoso con numerosos falsos privilegios que nublan la realidad, lo cotidiano y la intrahistoria. Los medios de comunicación y sus responsables son en su mayoría sibilinos y a su vez obvian lo que está en la sombra. Se centran en lo apreciado y lo público, prestan atención sólo a lo brillante, y por inercia vacía no hay nada más brillante, púbico y apreciado que el dinero.
Conozco muy pocos periodistas auténticos. Los contados que escapan a la gloria narcisista de ver su nombre impreso, escuchar su voz en las ondas o ver su cara en televisión rondan ya el medio siglo. Las nuevas generaciones de periodistas leen poco y escuchan aún menos, y si lo intentan lo hacen con la mirada del que no quiere o no puede ver. Las noticias que redactan son superficiales y en pocas ocasiones cuidan algo más que los titulares o su propia firma. En muchos casos lo hacen penitentes de las circunstancias, la precariedad laboral y la urgencia de los tiempos. La mayoría, no obstante, asume dicha situación como normal y se resigna a la mediocridad cuando en la esencia humana es factible la excelencia. La negligencia de la mayoría de los tertulianos ―de esos que hablan de todo sin tener las ideas precisas― se ha extendido por la profesión e infectado todos los géneros y medios. Los periodistas de hoy en día son un espejismo de palabras de las que se lleva el viento a pesar de estar escritas. Mea culpa. La profesión está minusvalorada y es consecuencia de dichas prácticas. La sociedad menosprecia, por eso, la labor periodística ―tarea sin la cual el mundo se movería a distinto ritmo―, pero sobre todo a quienes la llevan a cabo, culpables protagonistas de dicha decadencia.
Los nuevos tiempos, constante reiterativa en cualquier período pasado, apremian en esta ocasión a sumergirse en Internet. La red, al igual que el resto de soportes, no está libre de pecado. Permite aglutinar a la prensa, a la radio y a la televisión en un heterogéneo formato multimedia. Eso sí, su naturaleza permite lo mejor y lo peor. Inmediatez, ausencia de fronteras, fotografía, video e interactividad son una seductora carta de presentación que corre el peligro de ser una simple fachada. Pero cada medio tiene su idiosincrasia. Su ying y yang. Por ello, los periodistas de cualquier medio, además de mostrar la actualidad de manera atractiva y adaptada a las épocas, urgen cuidar el mensaje. Ha de ser profundo y meditado. La opinión requiere ser opinión; con contenido. La notica debe ser noticia; precisa y de interés.
La mirada del periodista necesita retornarse atenta y limpia para ser capaz de indagar en la penumbra. Las plumas de los profesionales de la información deben procurar ejercer de nuevo periodismo, dejar de medir por cantidad y hacerlo por calidad. Es la única manera de reintegrar el valor a las palabras y lograr que el hecho de ser periodista vuelva a significar algo.
Álvaro Gago. Director de Diariocrítico Castilla y León.