Cuando las bolsas bajan, el desempleo crece, la confianza en el Gobierno (y en la oposición) desciende y el lenguaje bélico entre los políticos se agita, la explosión podría producirse, de acuerdo con todas las leyes de la química, en cualquier momento. Si a ello le añadimos unas gotas de ‘crisis institucional’, unos gramos de hostigamiento al poder judicial, unos kilos de dejadez en el poder Legislativo y unas toneladas de marcha errática en el Ejecutivo, más el redoblar de tambores de guerra en ciertos medios de comunicación, tendremos el panorama perfecto para un ‘boom’ que, en el fondo, quién sabe en qué puede consistir.
Y, por supuesto, no olvidemos que quien se encarga de agitar el cóctel --¿Molotov?--, sea/n quien/es sea/n ese/os malvado/s barman/en, incluye/n también el ingrediente del descrédito de los sindicatos, precisamente ahora que UGT y CC.OO se enfrentan al 1 de mayo más difícil desde que comenzó la andadura democrática.
Siempre digo que abomino del catastrofismo y me dan lástima los catastrofistas que ven la botella continuamente medio vacía. Pero vengo de la sesión de control parlamentario en la que Rajoy ha llamado, con todas las letras, “mentiroso” a Zapatero precisamente por esto: porque uno se empeña en ver la botella medio llena (y argumenta con sus propios datos), mientras el otro, lo contrario, aportando también cifras y datos, que ya se sabe que no siempre son objetivo y que, aún más, son fácilmente retorcibles, a favor y en contra. Hay dos españas y ya se ve que dos botellas.
Creo que lo menos que puede decirse de lo que estamos viviendo es que se ha instalado una suerte de ‘nacional-pesimismo’ en el ánimo ciudadano, que le hace más proclive a ver el vacío en la botella que los restos de líquido que aún contiene. No faltan motivos para esa desesperanza, pero estimo que también los hay para la esperanza. Al fin y al cabo, España sigue siendo un país rico –poblado de desempleados y con graves fallas en sectores clave, eso sí--; que ha hecho bastante bien los deberes –no sin atolondramiento, cierto--; que tiene cuadros muy bien preparados, aunque la productividad nacional sea deficitaria; con una sólida clase media y todavía con cierta proyección internacional, aunque se vaya debilitando en los mercados más exigentes.
Echo de menos, y creo que ahí el principal culpable es el Gobierno de Zapatero, una ofensiva de ilusión: que desde el Ejecutivo se insista –ZP trata de hacerlo, pero no transmite la convicción suficiente y, sin duda, ha perdido buena parte de su credibilidad—en la botella medio llena. Y que, por favor, dejen de asegurar, evidenciando el terror que anida en sus corazones, que “España no es Grecia”. Pues claro que no: queremos ser Francia. O Alemania. Y estamos más cerca de Berlín y de París que de Atenas. ¿Tan difícil resulta decirlo así, aunque sea con el alma encogida?
Pues eso: evitemos que gane la España de la botella medio vacía. Porque la botella es siempre la misma, y España solo hay una, pese a todo.