Se repite la ceremonia de hacer leña del árbol caído. Los lameculos que se hartaban con la fruta fresca golpean ahora con el hacha más afilada. Ocurrió con Roldán, Prado, Guerra, Rubio, Vera, Barrionuevo y tutti quanti perdieron el tino con la droga del poder. Pero esos árboles aislados no dejan ver el bosque de la corrupción implícita en el sistema, del cual el juez Castro funge de calificado defensor. El sistema fomenta la traición de la autoridad electa al elector, ya que el político debe el cargo al cabildo que lo colocó en las listas cerradas y no a los electores que votaron esas listas. A cambio, la autoridad electa, mientras obedezca órdenes, tiene un amplio margen de impunidad y descontrol, que algunos aprovechan para subirse el sueldo, ampliar sus privilegios y enriquecerse, como confesó Zaplana, o bien para favorecer con prebendas y negocios a quienes los auparon. El dinero sale de las arcas públicas. Si no basta, aumentan los impuestos sin que nadie pueda impedirlo. El artículo 56-3 de la Constitución establece que "la persona del rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad". A esa impunidad aspiran todos los cargos públicos y sólo la pierden cuando el partido o el gremio que diluye la responsabilidad individual ve peligrar la bicoca. Entonces sacrifican el árbol para conservar el bosque y perpetuar la farsa democrática.