martes 30 de marzo de 2010, 18:10h
La Conferencia Episcopal alemana decidió crear un fondo para sufragar las indemnizaciones que impongan los jueces civiles a los sacerdotes pederastas. Sugiero que lo bauticen como Fondo de San Tarsicio, el monaguillo mártir en el siglo IV por “no entregar el cuerpo del Señor”, según el papa San Dámaso. El eventual fondo español, aunque aquí los jueces están abrumados por otras corrupciones, podría llevar el nombre de Josefina Vilaseca, la niña que prefirió morir antes que ser violada. Cuando hice la comunión solemne, en 1953, llevé a hombros a San Tarsicio junto con otros tres comulgantes en la procesión por las calles de Sa Pobla. Los curas nos reprimían la premura del sexo amenazándonos con graves enfermedades y las penas eternas del infierno. Exageraban, pues el portavoz de la comisión episcopal mexicana, monseñor Leopoldo González, defendió al presbítero Rafael Muñiz, miembro de una banda de ciberpederastas, diciendo: “Cuanto más humanos nos vean, más nos van a querer.” La política del “dejad que los niños se acerquen a mí” (Mt. 19, 13) se junta con la de “negar, minimizar y silenciar”, cuando debería unirse a la de “atar al cuello una rueda de molino y arrojar al pederasta al mar” (Lc. 17, 2). La Iglesia católica tiene un grave problema no sólo por los pecados de sus miembros, sino sobre todo por la hipocresía de sus dirigentes.