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Enunciados y contenidos

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jueves 25 de marzo de 2010, 16:13h

Prepárense para los funerales. Y sin acompañamiento de dolientes. Como en Cuba

Cuando uno contempla el conjunto de avatares que nuestro mundo ha conocido desde el singular siglo XVIII, una característica adquiere enorme relieve: se trata de un conjunto de términos que nacieron como meros enunciados a los que los acontecimientos históricos se encargarían de llenar de contenidos. Sólo entonces adquirirían la fuerza, a veces de huracán, que llegamos a conocerles.

Tomemos uno de los términos de aquellos comienzos, el de razón. Sin él -hoy todos lo afirmamos rotundamente- el mundo no habría conocido lo que para el momento y desde entonces, adquiriría ciudadanía. Nada sería digno de ser tomado en cuenta si la "razón" no le daba su "visto bueno", si no le aprobaba en definitiva.

En su nombre se idolatró la ciencia y todo pensador que se estimase como tal se rendiría ante ella. Tan poderosa llegó a ser la palabra que los revolucionarios franceses, ateos como usted los tenga, embelesados la coronaron como su diosa. ¿Quién no recuerda con sonrojo su famosa coronación en el turbulento París de la revolución?

Y aquí tenemos al término que se hermanaría con el de razón. Se trata del término revolución. En efecto, ¿cómo no habría de concluirse que lo más racional era considerar que si todos los hombres -como tan contundentemente lo afirmara el inglés Hobbes- lucíamos como gotas de agua iguales era porque, ¡éramos iguales! Nada más irracional, por tanto, que la desigualdad.

Mientras la "igualdad" permaneció en los catecismos, bien podría esperarse a la otra vida para lograrla. Los hombres, en efecto, éramos iguales porque así nos había creado Dios Todopoderoso y tanta misericordia nos tuvo que, consciente de que el pecado nos imponía la muerte, y la muerte eterna, como afirma categórico San Juan en su Evangelio, nos envió a su Hijo único, para que por su sacrificio nos salvara a todos. Y el cristianismo realizó el milagro: legitimó, es más, impuso la igualdad.

No sería hasta muchos siglos después que esa igualdad se llenaría de contenido. Por eso el grito por imponerla sería revolucionario. Cosa curiosa, empero, la revolución paradigmática, la francesa de 1789, no se realizó bajo esa bandera. Eso vino después, como un torbellino ensangrentado. La revolución se hizo para lograr la libertad.

La libertad es otro término que bastante guerra ha dado desde que apareció sin pedir permiso. La libertad, el no estar sujeto a nada ni a nadie, el ser su propio dueño y no seguir a maestro alguno que no fuese la propia consciencia, es un término con tanta alcurnia y tan seguros efectos como el de razón. Fíjense su fuerza, que en Cuba están muriendo por ella, aunque Lula y Correa -a quienes Dios confunda- se empeñen en mirarla con asco y descrédito.

Tenemos, pues, cuatro palabras que han cambiado al mundo: razón, libertad, igualdad y revolución. Y todas ellas con una vida casi que eterna. Pero, y esto es lo singular, no lo pudieron cambiar hasta que no se llenaron de contenido. O si ustedes prefieren: hasta que los llenaron de contenido, puesto que ellos no se llenaron solos. ¿O sí?

El siglo XX fue en esto muy prolijo. Produjo, engendró, a un grupito que se arrogó para sí, no ya la tarea, sino la misión sagrada de conseguir que reinase la razón para garantizar la igualdad y la libertad; y concibió como la verdad suprema, que esto sólo se podría lograr llenando de contenido al cuarto de los términos, la revolución.

A Lenin y su carnal Stalin le debemos el rápido descrédito del término, que, cosa curiosa, no aceptó morir del puro descrédito. Cómo sería, que, hasta los años sesenta del siglo XX, encandiló a multitudes, con mucho intelectual incorporado. La revolución, eso pensamos tantos, era el futuro que corría a instalarse entre nosotros. La revolución era& ¡la historia! ¿Recuerdan a aquellos jóvenes esperanza- dos que por los pasillos de nuestras universidades gritaban con alegría "Cuba sí, Cuba sí, yanquis no"? Hoy ya no, hoy la revolución es& ¡la prehistoria!

Y así, trasnochada, llegó a un país petrolero. Y la revolución comenzó a llenarse de contenido, de un contenido, como dijo en su oportunidad Carreño (no Pedro, por Dios, sino Ronald), ¡contante y sonante! Una revolución que, más que ardor y esperanzas, repartía real y real del bueno. Cosa singular: terminaría repartiendo gas del bueno.

Y este asombro, una revolución rentista, ¡se quedó sin real!, y al hacerlo, sólo tiene para distribuir& ¡plan de machete! Por eso ya boquea. Así que, prepárense para los funerales. Y sin acompañamiento de dolientes. Como en Cuba.

antave38@yahoo.com

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