“la gente ya no nos lee…”
miércoles 24 de marzo de 2010, 16:44h
La frase la dice una reportera a su editor: “No hay cómo…”. Es mediodía y el editor desespera porque aún no tiene material para sus páginas y la hora de cierre se viene encima. La idea que presentaron a los jefes en la mañana era muy buena, salieron con toda la logística (vehículo, grabadora digital, cámara de fotos, cámara de video) pero no, “no hay cómo” (que quiere decir no me dejan, está prohibido, es imposible…).
Con esa frase, ella parecería zanjar cualquier duda sobre sus intenciones de reportear, pero, en realidad, liquida toda posibilidad de realizar un trabajo periodístico interesante, novedoso, distinto. E, inconscientemente, hace caer su trabajo (y el del medio) en la abulia, la monotonía, lo previsible.
Cada vez con mayor frecuencia escucho a los periodistas de los medios, en especial los escritos, que “la gente ya no nos lee”. Pero no escucho tanto sobre lo más importante: ¿por qué cada vez más gente no nos lee?
Quizás una de las razones más poderosas es nuestra (in) capacidad de sorprender. La pérdida del olfato rastreador. La escasa actitud de asombro. La poca sensibilidad para sentir y contar lo nuevo de lo usual, lo extraño de lo rutinario, lo misterioso de lo monótono, lo nunca dicho de lo que parece ya demasiado dicho.
Y ahí empato con lo primero que cuento en este post. “No hay cómo…”. Que es como decir “no me dejan”, o, peor, “no puedo”.
Están equivocados los reporteros que salen a respirar la calle con la idea de que las fuentes y los hechos les abrirán las puertas, les esperarán con boletines de prensa, les harán un “resumen ejecutivo”, les darán todas las facilidades para la cobertura.
El reportero de raza (permítanme decirlo así) va con todo, decidido a sacar la nota que se ha propuesto sin que nada ni nadie pueda impedírselo.
Por supuesto que habrá obstáculos, dificultades, puertas cerradas, datos a medias, fuentes agresivas… Por supuesto. Pero, precisamente, de eso se trata: el reportero de raza se lo juega todo, apuesta toda su reputación profesional a conseguir la historia, a escribirla, a llegar a sus lectores con un trabajo redondo, bien escrito, bien dateado, bien contado.
El reportero que diga “no puedo” en realidad no podrá. Y dejará de ser reportero. Podrá ser licenciado o tener cualquier cargo institucional en la empresa mediática, pero dejará de ser reportero.
Que se dedique a ser redactor de planta. O traductor. O corrector de pruebas. Son tres posibilidades dignas, pero nada de eso es reportería.
Y, mientras tanto, la vida pasa. Para por nuestras narices y no la olemos, no la percibimos, no la sentimos. Peor: no la contamos.
Y si no contamos la vida, ¿cómo esperamos que la gente lea periódicos del día con las noticias de anteayer?