El ministro de Trabajo, horas antes de que el presidente del Gobierno anunciara, en Suiza, que
la jubilación de los españoles se alargaría hasta los 67 años, negó con discreta elegancia cualquier posibilidad al respecto. Nada tampoco se le escapó a la vicepresidenta Económica, durante la última semana de enero, e incluso cabe suponer, aunque es difícil saberlo -las reuniones del Consejo de Ministros son secretas- que ni siquiera se le escapó al propio
Rodríguez Zapatero, por lo que no cabe mayor discreción.
Frente a esta discreción admirable y casi imposible de emular, tenemos las indiscreciones de
Esperanza Aguirre,
no por el micrófono abierto, porque eso no es una indiscreción, sino un medio asalto a la intimidad, sino por declarar que "espera que no se expediente a nadie por estar a favor de la energía nuclear", que es una manera de hacer amigos, sobre de todo de garantizarse el agradecimiento de la señora
Cospedal hasta que los votos les separen.
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Hay un gurú, con despacho cerca de la Carrera de San Jerónimo, que me dice que cabría la posibilidad de que el PP ganara las próximas elecciones, tuviera más votos en Madrid, pero perdiera el gobierno de la Comunidad. A lo mejor, por esa falta de recato, en un país donde todo el mundo actúa con cautela: los sindicatos, que puede que existan; los viejos desdentados, que no dicen esta boca es mía, aunque haya dinero para operaciones transexuales y no para ponerles una dentadura con la que puedan comer; los licenciados en paro, que son legión; los desempleados, que son millones...
Hombre, el ministro de Trabajo también pecó de indiscreción: eso de decir que
las cuentas de la Seguridad Social tienen una salud de hierro... Lo de la jubilación a los 67 años debe ser, pues, una aspirina, pero no pasajera, sino para toda una vida.