Somos el país que deja todo para última hora, no hace falta más que darse una vuelta por una estación en domingo y ver cómo se cruzan los comentarios acelerados antes de partir. Esa improvisación innata, (nos viene de serie), también se refleja en la política, de tal modo que en la Asamblea de Madrid tienen un galimatías con tres escaños y un grupo fantasma, tanto por la definición de ese grupo como por el carácter de los tres diputados ausentes que lo componen.
No me gustaría estar en el papel de la presidenta
Elvira Rodríguez que se ha visto en la obligación de regular una situación perversa. Ella no tiene culpa de
que sus señorías no se pusieron de acuerdo para crear la figura del diputado no adscrito y ahora no saben dónde colocar a los tres ex-PP. Y ahí tenemos a Elvira dándole vueltas al reglamento para poner sentido común en un caos que tanto divierte a los cronistas pero que puñetera la gracia tiene para el que le toca resolver el marrón. A veces pasa también en los toros cuando devuelven uno al corral y el público no sabe sí ese toro debe morir en la plaza a manos del puntillero, o debe ser Florito con sus mansos el que se lo lleve mar adentro, es decir a la oscuridad de los toriles.
El portavoz del PP en la Asamblea,
David Pérez, está hasta el “pirri” de explicar que no le corresponde a ellos colocar el escaño de los idos. Y los bedeles de la cámara tampoco saben dónde poner el vaso de agua a
Martín Vasco,
Bosch y
López Viejo. Una solución sería llamar a Génova y que
Mariano prestara el biombo de quedar con
Camps en la ruta de los Paradores. Puede que no fuera una solución muy estética, tampoco garantiza buenos resultados a tenor de lo que pasó en Alarcón, pero al menos apaña el roto y tapa un descosido madrileño.
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