Clase en una Universidad mexicana. Pregunto a los alumnos –más de cien- si, para ellos, todas las lenguas son iguales y merecen la misma consideración. “¡¡Sí!!”, contestan al unísono. Les pregunto por las lenguas indígenas. Todos las aprecian, las valoran, las aman, las piropean.
Es evidente. La ideología dominante –el igualitarismo cultural- les tiene atrapados. No pueden decir otra cosa. Repiten respuestas aprendidas desde pequeñitos. Ninguno se permite –ni siquiera a sí mismo- contradecir las consignas del poder.
Por fin, les pido que levanten la mano los que –en algún momento de su vida- hayan estudiado inglés. Impresionante: casi todos, la inmensa mayoría.
Sigo preguntando. ¿Francés? Unos cuantos. ¿Alemán? Varios. ¿Ruso? Alguno suelto. ¿Búlgaro? Ninguno. ¿Suajili? Ninguno. Veamos las lenguas mexicanas: ¿Náhuatl? ¡Ni uno! ¿Otomí? Tampoco, ni uno solo. ¿Mixteco? ¿Zapoteco? ¿Maya yucateco? ¿Purépecha? Lo mismo. Ni uno solo había estudiado ninguna lengua indígena. Nada de nada. Nunca, ni un ratito.
Ustedes mismos –les dije- han demostrado que las lenguas no son iguales y que unas sí les interesan y otras, no. Las lenguas minoritarias e indígenas no les interesan, aunque digan que las aman.
Protestaron dolidos. Murmuraron desconcertados. ¡Su propia realidad contrariaba su ideología! ¿Tal vez despertaron de un hipnotismo? ¨