Corrupción es la palabra. "Presunta" corrupción, por supuesto. Dónde iríamos a parar sin el principio de presunción de inocencia que al hablar de política, como es bien sabido, es concepto de geometría variable que rige en función de la adscripción partidista. El espectáculo que están dando estos días algunos dirigentes del PP a cuenta del caso "Gürtel" roza lo patético en vecindad con lo directamente grotesco. La realidad que pretenden ocultar está en un sumario abierto contra setenta personas que han sido investigadas bajo muy fundadas sospechas de haber traficado con sus contactos políticos en busca de sustanciosas comisiones que sobrecargaban los presupuestos de varias obras públicas: desde tramos de autopista a escenarios feriales. Un sobreprecio que corría a cargo de los contribuyentes de autonomías o municipios regidos por ediles o consejeros populares. Los hechos son el resultado de la investigación policial -y periodística- de la trama dirigida por
Francisco Correa y sus socios en Madrid, Castilla-León y Valencia.
Hay senadores, eurodiputados, consejeros, ex alcaldes y concejales. El sumario no tiene desperdicio: escuchas telefónicas autorizadas que reflejan cómo los integrantes de la trama se insultan entre si, hablan mal de los políticos a quienes han logrado corromper, se amenazan.. El retablo es, como digo, patético. Pero no acaba aquí la cosa. A lo hecho pecho, se decía en otros tiempos. Ahora, no. Ahora lo que se despacha es la huída surrealista.
Preguntado
Francisco Camps por los indicios de vinculación de algunos de sus colaboradores más cercanos (
Costa,
Rambla,
Cotino) con la trama , y, sí pese a ello, los señalados cuentan con su apoyo, el presidente de Valencia responde que " están todos muy alegres porque se apoyan todos unos a otros y que éste momento es muy bonito" ¿Bonito? Sólo
Manuel Fraga -un veterano a quien la edad no resta lucidez -ha dicho lo que debería haber sido el principio del discurso de Camps. En Valencia, dice: "tenemos problemas importantes. No da la sensación de que este asunto vaya demasiado bien". Es algo más que una sensación. Sin duda, es un momento muy bonito. Ni
Dalí o
Bretón habrían mejorado este momento cumbre del surrealismo político.