La atmósfera de crispación en torno a los medios de comunicación en general, y la prensa escrita en particular, nos obliga a reconocer nuestros errores y a tratar de evitarlos en lo posible, además de tomar las medidas organizativas y disciplinarias correspondientes. Esta es la actitud que vale adoptar al respecto, aunque es difícil satisfacer plenamente a las partes afectadas.
Sin embargo, cualquier desliz u error sirve a algunos para llevar el asunto al plano político y, desafortunadamente, a ataques y golpes bajos contra nuestra credibilidad. Pero reconocerlos, públicamente y sin ambages de ningún tipo, es la manera adecuada y única de tratar de reparar el daño producido, y garantizar a los lectores nuestra voluntad de seguir trabajando con honestidad y transparencia.
Sólo quienes se creen por encima de bien y del mal pretenden poseer el don de la infalibilidad. Basta con mirar a nuestro alrededor y echar un vistazo a la historia ecuatoriana reciente, para constatar el costo moral de esta actitud.
Algo que es mucho más injustificable e imperdonable cuando se vuelve norma de comportamiento, especialmente en quienes detentan algún poder.
Nadie en su sano juicio pretende asumir una conducta semejante. Equivocarse es propio de quienes nos desempeñamos en el ejercicio de la libertad de expresión y de información, un riesgo mayor aún en épocas difíciles y ante cierta hostilidad mal intencionada. Es un camino sembrado de riesgos, pero ineludible si es que se tiene una auténtica y sana voluntad de servicio.
Si (
No(
