El perverso clima creado a lo largo de los últimos dos años y medio en torno a los medios de comunicación en general y los periodistas en particular, más temprano que tarde conducirá a más hechos de violencia.
Dos asaltos a la redacción de la revista Vanguardia y a uno de sus trabajadores, así como la reciente golpiza a una periodista de Telesur puede que sólo sean el prólogo deplorable de lo que se avecina.
Durante una parte de este período los ataques a los medios y a los periodistas han sido fuertes, desconsiderados, groseros y calumniosos, pero verbales. Les acompañaron procesos legales, de los que tuvimos el ‘privilegio’ en La Hora de experimentar el primero en 2007, apenas inaugurado el régimen correísta. Luego usaron el ariete del SRI, y más recientemente el impuesto a la importación de papel de periódico.
Se estrenó la revolución ciudadana en su confrontación con los medios, suspendiendo programas de televisión y pidiendo sanciones contra un canal por supuesta violación de un reglamento presidencial. Por otra parte, la revisión de las concesiones de frecuencias sigue como una espada de Damocles sobre la cabeza de gran parte de los medios audiovisuales.
La reciente agresión a una colega de Telesur se inscribe en este contexto. Quien desencadenó este proceso deplorable lleva sobre sus hombros una gran responsabilidad.
Sin dudas, engrosará la abultada fila de mandatarios intolerantes y represores que hemos padecido. Triste fama póstuma tendrá quien alguna vez sembró ilusiones y despertó esperanzas entre los ecuatorianos.
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