Casi diez mil personas, cuyo entusiasmo aumentaba gradualmente a lo largo de tres horas y veinticinco minutos de recital. Ese sería el resumen de lo que
Leonard Cohen, un clásico de setenta y cinco años, aspecto de abuelo elegante y enteco bajo su eterno sombrero quizá Borsalino, nos ofreció a quienes acudimos a su recital en Madrid la noche del sábado 12 de septiembre.
“No sé cuándo volveremos de nuevo, así que vamos a darles todo lo que tenemos”, anunció. Así empezó la cosa: vació todo, todo el repertorio, desde ‘Suzanne’ hasta ‘First, we take Maniatan, then we take Berlin’. Con momentos de especial grandeza, como aquel ‘Closing time’, que yo, al menos, desconocía.
Y nos volvió locos: a quienes le recordamos de sus libros y sus primeras canciones, allá por los últimos sesenta, hasta la chavalería culta y entusiasta que proliferaba por el Palacio de los Deportes madrileño, una especie de hangar incómodo e inconveniente para estas cosas. Pero no importó ni eso, ni la mala organización, ni la pésima realización del vídeo, ni la pobre escenografía, que parecía de realismo socialista de los años cincuenta. Estaban él y sus muchachos –es un decir-, capitaneados por
Roscoe Beck, con
Dino Soldo,
Bob Metzger, el guitarrista barcelonés
Xavier Mas, el batería
Rafael Gayol, el teclado
Neil Larsen y, claro, las tres cantantes,
Sharon Robinson y las hermanas
Webb. Un conjunto de músicos de primerísima fila, alguno de ellos, como el propio Mas, sencillamente impresionante, a los que Cohen deja lucirse, mostrándoles, sombrero en mano y reverencia incluída, su profundo respeto.
Me pareció un acontecimiento musical en toda regla. Cohen es Cohen, no ha perdido ni su voz ni –sorprendente—su agilidad, que le hace andar por los suelos y levantarse, bailar y permanecer más de tres horas a pie firme como si tal cosa, con su atuendo severo y sin una sola concesión a la galería: es el público el que corea y convierte un concierto sobrio en algo participativo. Como algún crítico ha dicho, tenemos que agradecer a la malvada señora
Lynch, la ‘manager’ de Cohen, que se largase con el dinero y dejase al ídolo en la ruina, porque, sin ella, quizá esta gira mundial en edad tardía, en busca de reponer fondos, no se habría producido.
Para quienes nos hemos instalado en la música de casi siempre –
Bono,
Bruce Springsteen,
Joe Cocker--, la fiebre del sbado 12 noche fue inolvidable. Porque Leonard Cohen era ya un mito, uno de esos mitos a los que no habíamos tenido el privilegio de ver en persona. Cohen, con el cartel de ‘No hay billetes’, sigue su gira por España. No se la pierda. De verdad.
fjauregui@diariocritico.com
______________________________________________