Aparentemente, la cumbre de Unasur era una reunión de rechazo. Lo previsible era que la cumbre sometiese a votación y aprobase una resolución tendiente a impedir la instalación de las siete bases de cooperación contra el narcotráfico en suelo colombiano.
Sin embargo, la cumbre aceptó la explicación de Uribe en el sentido de que “no habrá bases extranjeras” en Colombia, limitándose entonces a someter a votación una resolución “de paz” que condenase tal posibilidad en forma general.
Lo extraño es que fue Correa quien le dio la respuesta a Uribe para justificar la instalación de las siete bases de cooperación norteamericana de combate al narcotráfico, al afirmar que la responsabilidad por la falta de control del mismo es del Gobierno de Colombia. “Usted mismo se ha quejado del daño que esos grupos le hacen”, dijo el Presidente de Colombia cuando Correa lo interrumpió durante su intervención.
Evidentemente, si Uribe considera que lo afirmado por Correa es cierto, en el sentido de que sus esfuerzos han resultado insuficientes para el control del narco tráfico y la guerrilla, luce conveniente –ya que hasta ahora Colombia no ha logrado erradicarlos- recibir la ayuda norteamericana para tal fin.
Si además, no es un problema solo colombiano sino “un problema que afecta la estabilidad de la región”, como afirmó y demostró Correa al narrar como los operativos de las FARC se realizan en suelo ecuatoriano acabando con la vida de nuestros soldados, la posición de Ecuador debería ser radicalmente opuesta a la que sustenta: es nuestro gobierno quien debería impulsar la ayuda norteamericana a Colombia, sobre todo si es claro que se requiere adoptar nuevos mecanismos para controlar la siembra y el tráfico de estupefacientes cuando los actuales ya han fracasado, como también afirmo Correa. Ubicarse en lo orilla opuesta, resulta entonces ilógico, incomprensible e incoherente.
Por eso el gran triunfador de la cumbre fue Uribe. De reo, en el banquillo de los acusados como enemigo de la América Latina por pretender violar supuestamente su soberanía territorial permitiendo la operación de los “gringos malos”, se erigió en el defensor de la autodeterminación de su pueblo, haciendo además uso de una ecuanimidad poco común en un escenario adverso como el que debió afrontar.
De esta forma, su conducta – a diferencia de otras- proyectó la imagen de un verdadero estadista ante la comunidad de naciones.
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