Por si alguien tenía alguna duda al respecto de quien ganó las elecciones del domingo, la callada de
Rodríguez Zapatero -que estuvo hasta bien entrada la noche en la sede del PSOE en Madrid- le debería poner en la pista de lo sucedido en las votaciones. Ya se sabe que la victoria tiene muchos padres y que la derrota es huérfana, pero no hay precedentes de un escaqueo semejante tras una jornada de urnas en las que más de la mitad de los ciudadanos optaron por la abstención.
Por la mañana, Zapatero había invitado a participar en las votaciones porque según decía -y, llevaba razón- en Europa nos jugábamos mucho. Visto los resultados -la derrota de su partido, pero también, la indiferencia de más de la
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mitad de la población- tengo para mí que como presidente del Gobierno debería haber dado la cara. No lo hizo y, al asumir la adversidad con una actitud más propia de un adolescente que de un adulto, le da la razón a quienes creen que su muy publicitado "talante" era, o es, una simple máscara. Buena sólo para cuando las cosas van bien.
Ya se sabe que no es fácil asumir la derrota, pero decepciona que el registro escogido por el presidente haya sido la callada. Por no hablar del elegido para la ocasión por la entusiasta
Leire Pajín quien sin cortarse un pelo afirmó que en Europa la crisis económica le había pasado factura a todos los gobiernos, ocultando que en Francia
Nicolás Sarkozy había ganado por goleada a los socialistas (31 escaños, frente a 17); otro tanto
Angela Merkel en Alemania (40 escaños frente a 23 del SPD) y que también Berlusconi había ganado en Italia.
Tengo para mí que en política, tres años son mucho tiempo y que puede pasar de todo. Puede que el PP haya iniciado un ciclo que podría llevar a Rajoy a La Moncloa o puede que el PSOE se recupere, remonte, y Zapatero gane las próximas generales. Todo es posible. Lo que resulta significativo es que ante la adversidad, de todas las fórmulas imaginables, Zapatero y con él su partido, hayan elegido la táctica del avestruz: escondiendo la cabeza y haciendo como que no quieren enterarse de que esta vez han perdido. No hay peor ciego que el que no quiere ver.