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Celibato y abusos sexuales

Celibato y abusos sexuales

viernes 05 de junio de 2009, 20:12h

Por: DURANTE DÉCADAS, MÁS DE 14.000 menores de edad, niños y niñas pobres que vivían en instituciones internas manejadas por la Iglesia Católica de Irlanda, fueron víctimas de violaciones y abusos sexuales, maltrato emocional y castigos corporales similares a los de un campo de concentración.
La comisión que redactó el informe de 2.600 páginas, tardó casi diez años en investigar lo sucedido, y el resultado es escalofriante. Sin embargo, éste se queda corto porque no revela la identidad de más de 500 curas, monjas y asistentes que cometieron los crímenes. ¿La razón? Las órdenes religiosas aceptaron colaborar con la investigación a cambio de que no se mencionara, con nombre propio, a ninguno de los culpables, muchos de los cuales ya han sido condenados por la justicia. Ésta es una reacción que cada vez se entiende menos y repugna más: un nuevo escándalo de abuso y maltrato, y el afán de la Iglesia no por esclarecer la verdad, por dolorosa que sea, sino por lavarse las manos. Es decir: negar, minimizar y sepultar en el pasado los hechos atroces.

Es hora de formular una pregunta perentoria: ¿por qué estos escándalos ocurren tanto en la Iglesia Católica, y por qué suceden menos en otras comunidades religiosas, como por ejemplo la Iglesia Episcopal?

La respuesta es evidente: el celibato, la continencia ordenada por la Iglesia, la exigencia de que sus representantes renuncien a la más humana de sus pasiones: su sexualidad.

La inhumanidad de esta obligación sacerdotal salta a la vista. La frustración y amargura que la abstinencia sexual produce, tarde o temprano, en sus clérigos, a menudo los convierte en seres reprimidos e infelices. Pero eso no es lo grave. Lo grave es que además los convierte en seres peligrosos. Peligrosos con poder. Protegidos por una institución que los prefiere transferir a otras parroquias, en donde cometen nuevas atrocidades, antes de aceptar, a regañadientes, las denuncias de las víctimas.

Ante esto, siempre se dice que la Iglesia es autónoma, libre de fijar sus normas, y que así como nadie es obligado a volverse cura, nadie es obligado a seguir la Iglesia Católica. Aceptar formar parte de una institución que ordena el celibato es una decisión personal de cada uno. Eso suena bonito pero no es muy cierto. La libertad de la Iglesia para definir sus reglas deja de existir cuando el resultado de las mismas es que nuestros hijos quedan en peligro, expuestos ante personas privadas de un rasgo esencial de su humanidad y, por lo tanto, más proclives a caer en la tentación. La tentación cuya víctima principal suele ser un menor de edad.

En la Iglesia Episcopal, en cambio, tanto los hombres como las mujeres ofician la misa, y son libres de formar pareja y tener familia. Una de las mayores ironías es que la Iglesia Católica dicta cursos prematrimoniales, pontificando sobre la familia y la sexualidad, cuando sus voceros, por lo general, nunca han construido una pareja ni educado a un hijo. Si la Iglesia acabara con la infamia del celibato, sin duda se reducirían los casos de pederastia y maltrato que han padecido miles de niños. Y al dictar un curso prematrimonial habría una ventaja adicional: sus voceros sabrían de lo que están hablando.

* artículo tomado de diariocrítico.com Colombia.

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