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Olor de corrupción

Olor de corrupción

lunes 25 de mayo de 2009, 17:32h
Existe un olor de corrupción como existe un olor de santidad. No se trata de evidencias sino de indicios olfativos. El olor de corrupción obligó a dimitir a un presidente del Parlamento británico, sin que estuviese abierta causa judicial alguna, por primera vez en tres siglos. El jefe de gobierno laborista Gordon Brown se resiste a la presión popular para que convoque elecciones anticipadas para descontaminar las instituciones y, muy probablemente, para perderlas por su coexistencia con el mal olor.

Aquí los políticos parecen sentirse menos acosados y se refugian con temporal comodidad en el principio de presunción de inocencia como si esta sirviese de mascarilla contra los malos olores. La presunción de inocencia es un derecho universal de todos los ciudadanos que no pueden ser tenidos por culpables mientras no sean sentenciados y que deben tener todas sus facultades de defensa y, en caso de exculpación, poder rehabilitarse. Pero la sociedad es más rigurosa con quien desempeña funciones públicas que con el ciudadano común porque en política no se debe permanecer bajo sospecha aunque esta pueda resultar, a la larga, infundada.

    La corrupción es una lacra que se infiltra en todos los sectores de la sociedad pero, en política, es algo más que intolerable, resulta repugnante al máximo. Por ello, por lo que la política representa, se está obligado a mantener olor de santidad y a purgarse preventivamente de cualquier contaminación aunque solo sea por proximidad o contagio. La publicidad de las operaciones de limpieza producen la impresión de que en el sector político hay más suciedad que en otros porque, en esa casa de cristal son indisimulables las conductas ambiguas y las malas compañías. Por ello, los políticos presuntamente afectados deben alejarse de sus responsabilidades públicas sin perder su presunción de inocencia cuando su imagen, temporalmente deteriorada, no es la propia del cargo que desempeñan.

    En estas circunstancias los políticos no pueden conformarse con explicarse ante los jueces o con las alegaciones de sus abogados. Deben explicarse ante las instituciones de que forman parte y ante la opinión pública de sus electores. No pueden dormirse en los largos plazos de los mecanismos judiciales ni pretender el silencio de los medios informativos. Porque ningún dirigente puede subsistir indefinidamente respirando con indolencia un olor sospechoso.
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