Si exceptuamos el asunto de las fotos frontales robadas a Elsa Pataky, hoy en toda España no se habla de otra cosa, como suele decir Luis María Ansón. Porque el artículo de ayer del juez Baltasar Garzón lleva cuarenta y ocho horas siendo pasto de tertulias y jaleado, además, por muchísimos diputados de todos los partidos, excepto el PP.
Pide el magistrado de la Audiencia Nacional que los personajes centrales de la foto de la reunión en las islas Azores, la vigilia del ataque a Iraq, Bush, Blair y Aznar, sean encausados por el Tribunal Penal Internacional como criminales de guerra. Se les descubrió el apestoso pastel de las mentiras sobre armas de destrucción masiva y concomitancias de Saddam Hussein con Bin Laden, que nunca fueron tales y, esta invasión depredadora, lleva ocasionando durante cuatro años, al menos, cien muertos diarios.
Ni George Bush sabe cómo salir del embolado, y, su socio, el sedicente consejero de Rupert Murdoch, se emperra, aunque sea en los antípodas, en seguir avalando el desaguisado. Y, lamentablemente, por la situación creada, nos encontramos, una vez más, ante la alternativa del diablo. La ocupación militar de Iraq es, cada día más, una guerra a tres bandas, una especie de todos contra todos. Aunque de momento, la presencia de norteamericanos (más de 100.000 hombres de uniforme y algunas decenas de miles de mercenarios) y británicos (en tres semanas sólo quedará media brigada, algo más de siete mil soldados), frene las degollinas generalizadas entre suníes, kurdos y chíies. No frena la violencia, no impide el centenar de muertos diarios, pero, de no estar los invasores o de retirarse ahora, Iraq saltaría en mil pedazos, sin descartar la posibilidad –mejor todo lo contrario—de la intervención del vecino y teocrático Irán, dispuesto a acudir en socorro y algo más (la anexión, por ejemplo) de sus correligionarios chíies.
La propuesta de Garzón, a todas luces irrealizable, serviría al menos, para suministrar al trío bélico la llamada pena de banquillo, que se limita a la posibilidad de que con las leyes en la mano se les pudiera procesar. Es una triste reparación moral. Pero es la única que hay.
La realidad es muy tozuda, diga lo que diga José María Aznar, y, después del 20 de marzo de 2003, el mundo es más inseguro que 24 horas antes. Bush invadió Iraq por su petróleo. Blair le apoyó tanto por seguir siendo, a este lado del Atlántico, el socio principal de EEUU, como por conseguir algo del expolio. Pero ¿y Aznar?, ¿qué provecho obtuvo salvo el de que el cabeza del Imperio le pasase la mano por el lomo? Un comportamiento que, por alegar alguna eximente incompleta o una atenuante cualificada, es rayano en la idiocia. Vamos, que de sentarse el presidente de honor en el hipotético banquillo del Tribunal Penal Internacional, debería acogerse a que le declarasen non compos mentis. O sea, tonto del culo.