El revisionismo histórico ultraconservador ha conseguido ligar la idea de República con desorden, revolución, conflicto y hasta violencia. Mientras tanto, los defensores de los valores republicanos parecemos arrinconados en un pasado irrepetible, ancestral, indeseable, tan siquiera aún como añoranza.
Sin embargo, la República y los valores republicanos eran la estación de llegada de cuantos a lo largo de la historia de este “país ineficiente, pongamos España entre dos guerras civiles”- que diría Gil de Biedma- pensaron, desearon, trabajaron por la libertad, la modernización, la justicia social y la paz. La estación de llegada para los Jovellanos, Goya, Prim, Mariana Pineda, Rafael de Riego, Torrijos, Larra, Joaquín Costa, Giner de los Ríos, Ferrer i Guardia, Pablo Iglesias, Antonio Machado, Dolores Ibarruri, Federica Montseny, Clara Campoamor y tantas y tantos otros.
Allí llegaron pensando que los males de España tenían solución. La cuestión agraria, la tensión centro-periferia, la cuestión religiosa, la cuestión social. La cadena de guerras en Cuba, Filipinas, Marruecos. La cuestión militar. Los pronunciamientos. El encasillamiento y el turno de poder, en una democracia imperfecta, entre conservadores y liberales. Demasiados problemas arrastrados para una República que tuvo que enfrentarse desde el primer momento a la resistencia activa y la crispación política que sembraron el estamento militar, que ya en el 32, realizó una intentona golpista; el estamento eclesiástico; los adinerados terratenientes en su resistencia a la reforma agraria, por moderada que esta fuera, o las tensiones entre las concepciones de un Estado centralista y otro federal. A todo lo cual hay que añadir el aumento de las tensiones sociales e ideológicas.
Si en algún lugar funcionó la “teoría de la conspiración” fue precisamente en la España republicana, consiguiendo dilapidar a marchas forzadas todo un caudal reformista y modernizador que España necesitaba para salir del adocenamiento en el que se había instalado, tras el desplome definitivo de los sueños imperiales y que la pesadilla africanista del Barranco del Lobo no contribuía desde luego a mitigar. El presente siempre tiene semillas en el pasado y muchos de los males que aún nos aquejan, pese a los años transcurridos, al tránsito por una dictadura y una democracia constitucional, tienen raíces profundas en los males que aquejaron a la República de trabajadores.
Porque cuando las cosas no se afrontan y solucionan terminan por reaparecer tarde o temprano. Tras la crispación política que vivimos, la corrupción que aflora en la gestión de los recursos públicos, tras un modelo latifundista del suelo y el ladrillo, no es difícil reconocer problemas no resueltos que exigirían honestidad, responsabilidad, cooperación y muchas dosis de diálogo, para abordar una regeneración de la política, la economía y la sociedad que el país necesita desde hace siglos.
Problemas que el mero crecimiento económico no soluciona por sí mismo. Problemas que, como nunca antes, intentaron abordarse y resolverse en la República de Trabajadores. Muchos eran los que lo querían así el 14 de abril. Unos pocos se empeñaron en que no fuera posible y consiguieron enfrentar a media España contra la otra media.
Su victoria fue la derrota de todos y un paréntesis de décadas en problemas como la estructura económica, las desigualdades sociales, los desequilibrios territoriales, el modelo de Estado o el intervencionismo eclesiástico en política, que siguen suponiendo lastres para nuestro futuro en un mundo cada día más incierto.
Aquellos republicanos no acertaron en muchas ocasiones. Nunca nadie lo tuvo tan difícil para encontrar el camino en el laberinto español. Pero sus ideas modernizadoras, regeneracionistas, europeizantes, laicas, su ética personal y política. Sus valores, siguen siendo esenciales en esta España que padece la crisis, como todo el mundo, pero con la rémora de males ancestrales que necesita superar.
Francisco Javier López Martín
Secretario General de CCOO de Madrid