De las primeras declaraciones públicas de la vicepresidenta Elena Salgado, en su condición de máxima responsable de la política económica, y de las intervenciones de esta semana, en importantes foros de la capital, de la vicepresidenta Fernández de la Vega y del cabeza de lista del PSOE para las elecciones europeas, Juan Fernando López Aguilar, ya comentadas en estas páginas, es obligado deducir que el Gobierno del Estado abraza una estrategia de gasto público y regulaciones que es sin duda coherente con sus planteamientos doctrinales, pero sin precedentes de resultados eficaces en crisis anteriores y que difícilmente va a sacar a España de esta profunda crisis, en la que es posible que hayamos visto el fondo, pero aún no hemos bajado hasta él, según unos, o tenemos que empezar a escarbar, según otros.
Es curioso, y hasta cierto punto revelador, que la estrategia económica del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero se parece mucho a la de los gobiernos de la última etapa del franquismo, porque en vez de ir a lo sustancial de los problemas se aplica a camuflarlos con la esperanza de que, por contagio internacional, acaben por resolverse solos. Pero esto, y nada desearía más que equivocarme, no es fácil que suceda. Más probable es que se alargue la duración la crisis y sus desapacibles consecuencias para familias y empresas.
Un buen ejemplo es la actitud ante las fuertes tensiones en bancos y cajas, donde se hace cada vez más visible la discrepancia conceptual entre la inquietud y tensión de los responsables del Banco de España y la voluntad del Gobierno de mantenerse en una postura de “llueve, ya escampará”. Querrían probablemente los responsables del banco emisor, con su conocimiento probablemente muy preciso de qué entidades pueden encaminarse a situaciones de riesgo, o de insolvencia estructural, proceder cuanto antes a un proceso ordenado para su liquidación, cuando aún es tiempo para vender sus activos a precios de mercado y para que el Gobierno garantice los depósitos, que por cierto, al ser transferidos por sus titulares a las entidades financieras solventes, aumentarían la liquidez de estas últimas.
Lo primero para intentar resolver los problemas es reconocerlos, identificarlos y poner sobre la mesa de trabajo los datos de la realidad, por incómodos o incluso estremecedores que resulten. La realidad es, primero, que España está dentro de un ciclo recesivo profundo y de duración muy difícilmente previsible, como reflejan todos los indicadores fácilmente accesibles. Hay incluso informes, como el reciente y muy interesante de FREEMARKET, que aseguran que una caída tan rápida e intensa del PIB no tiene precedentes en muchas décadas de la historia económica española.
Así que la hipótesis de que en 2010 se inicie una salida de la crisis, como han querido vaticinar esta semana los representantes del Gobierno, no es ni siquiera una manifestación de voluntad, sino simple y llanamente una proclamación de propaganda política que se contradice con la lógica implacable de los hechos y los datos. Para decirlo con entera claridad, son muchos y serios los analistas que ven un horizonte de estancamiento y aseguran que España tardará tres, cuatro años, quizá un lustro, en volver a registrar tasas de crecimiento cercanas a su potencial. Estamos incluso en un escenario más de depresión que de recesión.
Todo contribuye a dibujar esa negra perspectiva: la profundidad de la recesión, los desequilibrios acumulados durante la fase expansiva, la interacción y retroalimentación entre la crisis financiera y la caída de renta y riqueza de familias y empresas. El escenario internacional de estancamiento opera en la misma dirección negativa. Como acaba de advertirse, por primera vez desde hace casi un siglo el PIB mundial se contraerá en 2009 y no hay ningún país o grupo de países con capacidad para “tirar” de la economía global. Para ser fieles a la verdad de los elementos que configuran el actual escenario económico internacional, ya no es exacto decir que estamos en la peor crisis desde la tantas veces citada Gran Depresión de 1929. Esta crisis es incluso peor que aquella que condujo a la II Guerra Mundial, y no sorprende por tanto que algunos analistas, no sólo europeos, hayan empezado, estos últimos días, a manifestar su inquietud con formulaciones políticas de especial dramatismo.
Resulta por otra parte muy sencillo expresarlo con claridad: como la posición de los deudores va a empeorar, las familias y las empresas se encontrarán con mayores dificultades para afrontar sus obligaciones financieras, y en consecuencia, se reducirán sustancialmente los beneficios empresariales, el desempleo alcanzará cotas pavorosas y se producirán tensiones desestabilizadoras en los balances de las instituciones financieras. A nadie le gusta escribir esto, pero forma parte de la responsabilidad informativa contar lo que se ve, incluso deseando equivocarse.
El antes citado informe de FREEMARKET añade incluso que “las circunstancias de la actual crisis afectan con mayor fuerza a las economías que han acumulado abultados desequilibrios durante la fase expansiva y que tienen mayor dependencia del capital exterior y una elevada sensibilidad a las condiciones financieras imperantes (…) España se encuentra en esta tesitura y es uno de los países desarrollados que registrará una crisis más profunda y duradera”. Vaticinan sus autores un sobrecoger ajuste a la baja de los precios de los activos a medida que familias y empresas aceleren la liquidación de activos para afrontar sus deudas, y advierten que “”. la deflación de activos en un entorno recesivo y con una potencial caída del nivel general de precios constituye una bomba de relojería en el corazón del sistema financiero
Todo trabaja en la misma dirección. ¿Serán sostenibles, ante un racionamiento del crédito, muchas inversiones empresariales acometidas en la etapa expansiva? ¿No elevará la prima-riesgo de la economía española, dificultándose por tanto su financiación, la alta deuda del sector privado en un entorno recesivo? ¿Tiene consistencia la relativa recuperación de las bolsas en las últimas semanas, o será, como creo y bien que lo lamento, un episodio más de los que, durante el pasado año y medio, alimentaron falsas expectativas no menos de en seis ocasiones, para volver pronto a la línea de descenso de los índices? ¿No se retrasará la salida de la crisis por la producida intensificación de regulaciones en los mercados financieros? Demasiadas preguntas, todas ellas de respuestas por lo menos inquietantes.
Como la recuperación en Europa vendrá más tarde que en Estados Unidos, y aún habrá de demorarse más en España, donde tenemos casi todos los indicadores sensiblemente peores que las medias europeas, Observados con frialdad y prudencia los datos de la realidad, el inicio del cambio de signo en la situación de la economía no es probable que llegue a España hasta 2011 ó 2012, y pasaremos antes por ese temible listón del 20 al 22% de desempleo, en el que muchos venimos advirtiendo que probablemente se hagan visibles signos de fractura social.
En estas circunstancias, a los que venimos reclamando una concertación transversal de todas las fuerzas políticas del arco parlamentario, que actuaran con la altura de miras de posponer la contienda política coyuntural a la emergencia económica nacional, nos ha llegado el momento de asumir y afrontar la realidad. Es ya evidente que no son los tiempos ni sobre todo tenemos los dirigentes de la Transición. ¿Cómo van a querer cualquier diálogo los que no tienen reparo en afirmar, contra le evidencia de los hechos y de la experiencia histórica, que es el mercado libre el que nos ha puesto “al borde del precipicio”, como esta misma semana han hecho varios de los políticos más representativos de la actual mayoría?
La perspectiva es pavorosa. Ya sabemos que este año 2009 está siendo terrible y seguirá empeorando. Pero bajo un horizonte de estanqueidad política a las razones económicas, conviene irse preparando para que el año 2010 sea probablemente todavía peor. Desde luego no es éste, no es éste el país de ciudadanos, profesionales, trabajadores y empresarios libres y honrados que los españoles nos merecemos. O será que nos merecemos la dirección política que libremente hemos elegido.