Hay normas de buena conducta y comportamiento que es indispensable observar cuando uno tiene la calidad de invitado. Es vieja la costumbre de que para dar visos de legalidad a procesos electorales se importen veedores que, tibiamente, dejan solapadas críticas y recomendaciones que las autoridades minimizan y que jamás acogen.
Ahora están aquí y muchos sectores solicitan su pronunciamiento inmediato para corregir las bárbaras desigualdades entre el candidato presidencial y sus adláteres con los otros. Publicidad oficial, impúdicas cadenas, abuso de los canales incautados, utilización de bienes públicos y participación directa de los funcionarios han empezado a destruir los elementos de promoción de quienes no son de Alianza País y que, en el caso de Guayaquil, también les aplican la misma medicina.
Los observadores deben entender que no son invitados de los organismos electorales, que son cajas de resonancia del Gobierno, sino que vienen a precautelar el derecho público y ciudadano de vivir en un estado democrático.
Darnos informes sobre la calidad de las papeletas electorales, su distribución, el sistema computacional o el puntaje de los resultados no nos sirve.
El ambiente de miedo y terror creado por el Gobierno es evidente, así como la inexistencia de instituciones independientes en todos los órdenes hacen que la comunidad demande la visión de los observadores. No nos pueden repetir la ofensa de ser invitados de piedra, compartir los halagos del poder y participar en los jolgorios sociales con este fin. Para eso no son bienvenidos.
Si (
No(
