Un grupo de científicos españoles ha visitado una de las zonas volcánicas más activas de Nicaragua con el fin de estudiar las emanaciones de gases y las variaciones de temperatura que puedan señalar la cercanía de una erupción. Los datos recopilados se están analizando actualmente para determinar el nivel de riesgo y la influencia que puede tener la emisión de los gases volcánicos en la atmósfera.
El proyecto está dirigido por el Instituto Tecnológico de Energías Renovables (ITER) de Tenerife y el equipo de científicos lo componen los investigadores José Barrancos y Germán Padilla (ITER), Susana Briz, profesora de la Universidad Europea de Madrid (UEM), e Isabel Fernández, investigadora del Laboratorio de Infrarrojos (LIR) de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M). Estos trabajos se realizan en colaboración con el Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (INETER), organismo público del país centroamericano responsable de la vigilancia sísmica y volcánica.
Uno de los objetivos de esta nueva misión científica, consiste en evaluar la evolución temporal de la emisión de dióxido de carbono en el volcán Cerro Negro, en el que, según el INETER, es probable que ocurra una nueva erupción en esta década, según la estadística de las 23 erupciones que ha sufrido el volcán en los últimos 150 años. Otro de los propósitos de esta investigación es evaluar la emisión a la atmósfera de varios componentes de los gases volcánicos (como el dióxido de azufre o el ácido clorhídrico) de la caldera de Masaya.
Una de las técnicas utilizadas para monitorizar los gases volcánicos en este emplazamiento fue la espectroradiometría Open-Path FTIR. “Esta técnica se puede utilizar para medir contaminantes en multitud de problemas medioambientales. De hecho, la UC3M y la UEM estamos trabajando en un proyecto coordinado con el objeto de medir la contaminación asociada al tráfico rodado “, explica Isabel Fernández.
“Con este equipo – continúa – recibimos información de los gases que se encuentran en la trayectoria existente entre el sensor del dispositivo de medida y una fuente infrarroja, como puede ser la lava. Lo más complicado de este tipo de dispositivos es que requiere un elevado tiempo de montaje y mucha precisión para obtener medidas de calidad, y las condiciones que presenta un volcán, en ocasiones, no son fáciles, con vientos rápidos y un penacho de gases tóxicos.”
Ahora, ya de vuelta en los laboratorios de la universidad, el siguiente paso es mucho menos emocionante. “Nos va a llevar un tiempo analizar todos los datos que hemos recogido allí. Todavía queda mucho trabajo hasta procesar esos datos e interpretarlos para sacar las conclusiones, aunque de momento – adelanta – los resultados preeliminares indican la presencia de los gases que esperábamos encontrar”. Esto es algo significativo, porque el aumento de la concentración de estos gases es uno de los precursores que alerta que puede avecinarse una erupción volcánica.