¿Qué está pasando?
lunes 16 de febrero de 2009, 20:57h
Un crimen siempre es algo que nos eriza el vello y nos paraliza la respiración. Si además quien fallece es un menor de edad, el suceso se vuelve aún más cruel, por la oportunidad de vida robada a esa persona. Estos días asistimos impotentes a otro asesinato aparentemente relacionado con la violencia de género; la única diferencia es que, en este caso, la víctima es una joven de sólo 17 años. Tan terrible como esa realidad, la de una casi niña a quien se han arrebatado décadas de años de experiencias, de alegrías y penas, de evolución, de vida en suma... tan terrible como eso, digo, es fijar la mirada en el presunto asesino, y comprobar que sólo tiene 20 años.
¿Cómo es posible? En generaciones pasadas, cuando la mujer dependía para sobrevivir de la posición y el sueldo del marido, muchas esposas han aguantado carros y carretas porque no les quedaba otra salida, porque era económicamente imposible alejarse del hogar y criar sola a los hijos. La quinta de nuestros padres siempre conocía alguna historia de hombres a los que se les "iba la mano" con sus mujeres, de señoras que escondían moratones y heridas, de hijos que caminaban avergonzados hacia el cole, convencidos de que todo el vecindario había escuchado la bronca de la noche anterior, los gritos, los llantos y los golpes. Muchos creíamos que esto era algo del pasado, que eran situaciones que tendían a desaparecer, que la concienciación, la denuncia, la crítica y el rechazo social al maltratador iría menguando el número de estos, reduciendo sus acciones hasta terminar acabando con ellas. Pero no es así. Cada vez es más frecuente encontrarse casos en que tanto la víctima como el verdugo son jovencísimos. Chavales educados en el siglo XX y en el XXI, con toda la información a su alcance, sensibilizados desde el colegio y las campañas que se repiten en prensa, radio y televisión, con todos los datos para saber dónde están los límites, siguen saltándoselos sin ningún pudor, con una violencia y una falta de respeto por la vida humana que horrorizan.
¿Y cuál es el papel de los medios de comunicación? ¿Hasta qué punto hemos convertido en espectáculo esta triste cara de la miseria humana? ¿No estaremos contribuyendo, con la reiteración en los casos y en los detalles de los mismos, a que se repitan? Cuando comencé a aprender este oficio de periodista, me enseñaron una primera norma: no se informa de los suicidios, y menos aún si los protagonizan menores de edad. Este tipo de noticias, me advirtieron, tienen un efecto mimético aterrador. ¿Ocurrirá lo mismo con la violencia de género?