La mujer trabajadora celebra cada ocho de marzo una doble esclavitud: por mujer y por trabajadora. Si además es pobre, una tercera; si madre, una cuarta; y si, como tantas que hoy conviven con nosotros, inmigrante, una quinta esclavitud. Por mujer,especificamente por eso, recibe en la cara las bofetadas que le propina el machismo que se conserva incólume, aunque disfrazado a veces, en losintersticios de la sociedad, cuando no las delpseudofeminismo de ocasión que la infantiliza con susdiscriminaciones "positivas".
Como trabajadora recibe por la misma labor del hombre un tercio menos desalario y sobre su condición de madre sigue recayendoel grueso y lo menos divertido de la crianza de la prole. Pero si además es pobre, su sino se abisma con el de los desheredados del otro sexo, particularmente en éstos tiempos en que, como en ningunos otros, eldinero es dios. Pero si es inmigrante, y a la soledad en tierra extraña y a la explotación laboral se añade en tantos casos la responsabilidad de mantener a la familia que quedó lejos a base de remesas amasadas con un plus de sudor y privaciones. Esa mujer que hoy debería celebrar su fiesta, su día jubilar de orgullo y afirmación, se desplomará esta noche exhausta sobre el lecho, tan exhausta que su subconsciente, igualmente hecho trizas, no podrá componer ningún hermoso e indispensable sueño de emancipación real.
Hoy es el día de la mujer trabajadora, o sea, de la mujer, pero la mitad de la familia humana no recobra en veinticuatro horas la dignidad y el respeto que continuamente se le roba. Por eso, sólo cuando desapareza, por banal, el 8 de marzo en su actual advocación, habrá sobrevenido para ellas la justicia y la igualdad.