...o viceversa. Es lo primero que se le ocurre al columnista que, todo hay que decirlo, está hasta la coronilla de esta especie de PP borroka de Mariano Rajoy et alii. Naturalmente, el Partido Popular está en su perfecto derecho de salir a la calle a orear pancartas, gallardetes, banderolas y hasta banderas con o sin el águila de la discordia.
Pero la licitud y la legitimidad no dan patente de inteligencia. Ayer Rajoy, ex chatedra, hizo un llamamiento a las gentes sensatas para que secunden la próxima convocatoria sabatina. Algo así como consejos vendo y para mí no tengo. El primer partido de la oposición, empeñado en demostrar(se) que Rodríguez Zapatero es un desastre sin paliativos ha descubierto que su puesto está al aire libre, pancarta en ristre y en lo alto las estrellas. Dicen que es la forma de hacer política. ¿Y el Parlamento, qué, don Mariano?...
En su artículo de esta mañana, el maestro Ónega proponía que el PP dejase las manifestaciones y si tan convencido está de ello, que presentase una moción de censura, a riesgo de perderla, claro. Pero allí Rajoy podría postularse como candidato a la Presidencia del Gobierno, presentando su programa y, claro está, exponiéndose a la intervención del resto de grupos parlamentarios. Pero, lamentablemente, esta no es la estrategia del PP. Le ha tomado gusto al callejeo vociferante, a la aparatosidad de las cifras, al supuesto baño de multitudes no ya de sus líderes, sino de algunos de los más cualificados salvapatrias mediáticos más o menos afines.
Llevan ya ocho manifestaciones... Que son muchas... Y por lo que se colige irán a más hasta el final de la legislatura. Todo ello, claro, en nombre de la sensatez y sobre todo, de ¡¡¡España!!!.
Lamentablemente, la insensatez es contagiosa. Y, a propósito del cambio de régimen penitenciario del infame Iñaki de Juana Chaos, un mal necesario, este Gobierno, que sabía los riesgos que corría y que debería asumirlos con la cabeza y el corazón fríos, echa las patas por alto y Rodríguez Zapatero anuncia que explicarán con pelos y señales los entresijos de los beneficios penitenciarios que, en su día, aplicaron a los etarras los dos gobiernos de José María Aznar. Para el columnista este es un detalle de supina insensatez. No hace ni 48 horas que el Gobierno, defendiéndose de las vociferantes criticas de la oposición, hablaba de seriedad y de sensatez, de sentido de la responsabilidad pública y dejar el terrorismo fuera del agrio debate partidario.
Pues poco han durado, diablos. Han cogido un calentón de tres pares de decretos y, ¡hala!, a hacer el canelo y a explicar lo que, con o sin clasificación oficial, debe quedar como materia reservada. Por sentido común. Por prudencia. Y por no seguir dando motivos de abierto cachondeo a los etarras y sus mariachis. Eso sí, tanto populares como socialistas señalan la insensatez ajena y no ven la suya propia. Serán sensatos, aunque lo dudo, pero se empeñan con entusiasmo digno de mejores empeños en comportarse como si no lo fueran.