No hay ningún país democrático que acepte que sus gobernantes le mientan. Sabedor de esto, Alfredo Pérez Rubalcaba dijo en vísperas del 14-M aquello de "los españoles nos merecemos un Gobierno que no nos mienta" y la gente que le creyó votó al día siguiente para que el PP no siguiera en el poder. Por ese motivo, por pensar que sus dirigentes habían faltado a la verdad.
El Gobierno actual se extraña de la reacción popular ante la excarcelación de hecho de De Juana Chaos que ha supuesto su decisión de otorgar a este un grado de prisión atenuada. Será porque ha olvidado esa regla con la que consiguió su victoria electoral. A mucha gente le molesta el trato de favor otorgado a uno de los etarras más sanguinarios de la historia. Pero lo que convierte la molestia en un gran cabreo (y perdón por la palabra, que es la que define el estado actual de ánimo de buena parte de la ciudadanía) es la convicción de que el Ejecutivo ha tratado de engañarles con este asunto. Sin ningún éxito, por cierto.
No es verdad que De Juana Chaos estuviera en peligro de muerte, como ha afirmado el ministro de Interior al justificar en este hecho la decisión de dejarle prácticamente en libertad. Se puede dudar de la versión de los policías que le custodiaban cuando cuentan que hace una semana se metió en la ducha durante 40 minutos con su novia, con la que después mantuvo relaciones sexuales. Pero los ojos de cada uno no mienten y toda España ha visto al terrorista entrar en el hospital de San Sebastián por su propio pié y ha sabido de la larga lista de visitas que recibió en las horas siguientes.
Tampoco es cierto lo que ha dicho la vicepresidenta del Gobierno asegurando que "los terroristas nunca van a ganar la partida". Es una bella frase corregida por la realidad anterior. Y en cuanto a pedir a los ciudadanos que "tengan confianza en las instituciones", suena más bonito aún, pero resulta inútil. Y falso. Y acabo esta crónica como la empecé. No hay ningún país democrático que acepte que sus gobernantes le mientan.