En las últimas horas se han visto muy violentas manifestaciones contra Israel en Madrid y otras ciudades españolas. La activa participación del partido del Gobierno en sus convocatorias, la presencia de relevantes miembros del mismo y el nada oculto respaldo oficial desde las más altas instancias, incluido, con singular virulencia verbal, el propio presidente del Gobierno, ha significado una áspera agresión hacia un país democrático, hasta ahora aliado y amigo, que viene del más terrible genocidio de la historia, y lo que es aún peor, una
llamativa, aunque no sorprendente, toma de posición, casi alineamiento, con los sectores más radicales del mundo islámico, es decir, con los mismos que produjeron aquí mismo, entre nosotros, la terrible matanza de Atocha, los que no dejan de reivindicar Al Andalus como parte esencial de la aterradora ensoñación religiosa y racial del fundamentalismo islámico, los que han señalado públicamente y reiteradamente España como uno de los objetivos prioritarios de su “reconquista”.
El hecho es que, por raros pero muy analizables recovecos conceptuales, el diseñador de ese inquietante despropósito, afortunadamente ya desmontado, que pretendía disfrazar, bajo el bonito marketing nominal de “Alianza de Civilizaciones”, la rendición de los valores occidentales de libertad y progreso, ha tomado posición contra Israel, esto es, a favor de la organización terrorista Hamás, a pretexto de esa guerra de Gaza que nadie desea, y menos que nadie el Estado de Israel, forzado defensivamente a ella por el terrorismo islámico, del que Hamás es uno de los brazos más radicales y contrarios a los valores del mundo libre y de la civilización occidental.
Es una lástima que la filósofa alemana Hanna Arendt muriera en 1975, porque habría tenido ocasión de analizar ahora los inquietantes subyacentes que laten bajo estas sorprendentes posiciones. No es por casualidad, ni por frivolidad, que Rodríguez Zapatero haya tomado posición –por muy edulcoradamente que lo vista de defensa del pueblo palestino, que es realmente otra víctima de Hamás– a favor nada menos que del terrorismo islámico contra Israel. ¿Pero es que, a estas alturas, alguien que no tenga raros compromisos o intereses puede negar que el fundamentalismo islámico es un auténtico neonazismo, que más temprano que tarde alcanzará los horrores del primero si la sociedad libre deja progresar el huevo de la serpiente?
La llamativa actitud de Rodríguez Zapatero exige nada menos que una reflexión de filosofía moral política, a la que puede ayudarnos mucho, precisamente, la relectura atenta de aquella obra monumental sobre Los orígenes del totalitarismo que Hanna Arendt, refugiada en Estados Unidos como profesora de la Universidad de Chicago, terminó y publicó en 1949, cuatro años después del fin de la pesadilla nazi, pero todavía décadas antes del fin de la otra pesadilla totalitaria, el bolchevismo.
No es de orden menor la reflexión de que, con las diferencias sólo de lugar y procedimiento, son en cierto modo similares raíces totalitarias las que han generado Hamás en Palestina y ETA en Euskadi. Es hasta cierto punto natural que el mismo político que quiso inútilmente aplacar a ETA crea ahora que es posible aplacar a Hamás. Claro que, ¿lo cree realmente o le interesa que se piense que lo cree? Porque merece un estudio a fondo esta especie de “gran mago” de la política española que ha llegado a ser Rodríguez Zapatero, que siempre interpreta un papel para ganar popularidad y que reúne los mismos elementos de palabrería, entusiasmo y ensoñación que Arendt subrayaba penetrantemente como impulsores del extraordinario éxito político nada menos que de Disraeli.
La condena, por parte de Rodríguez Zapatero, de la acción militar defensiva de Israel en Gaza no es un suceso menor o irrelevante. Uno de los peores errores que, ya desde su aparición en política, cometen los adversarios de Rodríguez Zapatero es la persistente tendencia a minusvalorarle, a considerarle un político irrelevante llegado al poder por un golpe de suerte o de fortuna. En política hay pocas casualidades y los presuntos tontos hacen relojes.
En la extraordinaria película Juicio en Nuremberg hay un momento solemne en que el juez que preside el Tribunal visita en la celda al jurista alemán que había sido ministro del Gobierno nazi y que pretende excusarse: "Le aseguro que nunca imaginé que aquello llegara a ser lo que fue". Su interlocutor rechaza la excusa con pesar pero con firmeza: "Aquello llegó a ser lo que fue desde el primer día que usted condenó a una persona sabiendo que era inocente". En el conflicto armado de Gaza, Rodríguez Zapatero ha condenado a Israel sabiendo que es inocente. ¿O es que debe Israel seguir soportando indefinidamente, década tras década, los crímenes del terrorismo islámico, poniendo la otra mejilla como única respuesta?
El pueblo de Israel, único Estado democrático de la zona, no sólo tiene a diario el aviso de los cohetes mortales lanzados por las organizaciones terroristas desde la franja de Gaza y el sur de Líbano, sino la inquietante proximidad de un Estado que nos hace revivir las peores pesadillas totalitarias, cuyas raíces y orígenes analizó Arendt de forma tan precisa y penetrante. El Irán de los ayatollahs es hoy un auténtico neonazismo. El fundamentalismo islámico se apoya igualmente en los mitos mágicos o para-religiosos de la raza, y de ahí el radical antisemitismo de Teherán y sus cómplices de Al Quaeda, y en la incompatibilidad con los valores libres de Occidente. ¿A qué condujeron en el siglo pasado las políticas de "apaciguamiento" con los nazis y los bolcheviques? ¿Acaso no se burlaron de los países libres, lo mismo Hítler en Munich que Stalin en Yalta?