Claro está, que cada cual puede hacer en su casa lo que quiera, pero la verdad es que recordaba aquello de “no quieres sopa… cucharón y medio”. Porque si el presidente del Sevilla, José María del Nido, se había negado unas semanas antes a recibir un recuerdo del Centenario del Real Betis ante el busto de un Manuel Ruiz de Lopera que con motivo del Centenario sevillista, se recordaba ahora, había insultado a la bandera de este club afirmando que el “enemigo” paseaba por la ciudad “una sábana pintada” (en alusión a esa bandera del Centenario) y ellos lo hacían con una Copa del Rey ganada en buena lid, ahora se vería obligado a sentarse “a su sombra” si quería ocupar en el palco el lugar preferente a que la actual legislación federativa le da derecho.
Pero ni la b de “busto” fue suficiente para que el derby se enturbiara y no comenzase con normalidad, pese a que casualmente el palco estuviera lo suficientemente desprotegido (pese a cuanto se había hablado del alto riesgo del partido) para que Del Nido, en su lugar presente, fuera objeto de insultos varios y de la agresión de un energúmeno certero lanzador de una moneda, o por los tornos de algunas de las puertas del estadio hubieran pasado bengalas que se lanzaron antes del comienzo sobre la portería que en la primera mitad iba a defender Palop, formando una humareda que fue tan visible en el propio campo como a través de las cámaras de televisión.
Dos centenarios tan seguidos, la consecución de éxitos deportivos por parte de ambos habían degenerado de pronto, unas semanas antes, en desenterramientos de “hachas de guerra” y cruces de declaraciones y acusaciones mutuas (“ellos no vinieron a ninguno de nuestros actos”, “yo te doy un obsequio en el lugar de mi casa que quiero”, “yo no me hago una foto delante de quien insultó nuestra bandera”…) que habían llevado el ambiente a cotas de tensión que quien lleva a sus espaldas profesionalmente decenas y decenas de derbys no recuerda, aunque finalmente, así al menos se decía, habían firmado la paz, si bien remitiéndonos a las pruebas no hay duda de que había sido una paz firmada de mentirijillas.
De cualquier manera, lo que de ninguna forma podía estar previsto debía ser la presencia de esa alimaña que, conseguido el gol de los rivales, debió pensar que ya estaba bien de aguantar sus instintos criminales y lanzó una botella llena de líquido (la quinta o sexta que a través de las cámaras de televisión se veían caer al terreno de juego) con tan buena (para él) y mala (para el resto de los sevillanos de bien, sevillistas o béticos, que son infinitamente más) que impactó en la cabeza de Juande Ramos ponièndole en un peligro evidente que por fortuna quedó descartado.
Ahí acabó la historia del derby, para desplazarse de las páginas deportivas de cualquier medio a las de sucesos puros y duros, como duro dicen algunos que era el contenido “parcialmente helado” de la botella de marras, o el extraño olor y picores que los utilleros del Sevilla afirman haber sentido en el vestuario destinado al equipo cuando llegaron a él cuatro o cinco horas antes del partido, o duras e incongruentes las palabras de un consejero bético que pedía tiempo para ver si en realidad había existido el botellazo, o duras las imágenes de quince o veinte iméciles que mientras el entrenador era asistido en una ambulancia, que fue por cierto diana de lanzamiento de objetos, encontraron en su camino una cámara ante la que corear “Juande, muérete…”, en una lección de “civismo” difícilmente igualable.
Aquellos polvos trajeron estos lodos, y es posible que los polvos los extendieran muchos. Pero de lo que no hay duda es que después de firmar la paz, el derby empezó con b de “busto” terminó con la b de “botellazo” y la v de “vergüenza” para una ciudad que, como Sevilla, estamos seguros que no se merece indeseables de esta calaña.