Realmente, estos chiquitos sociatas, al menos los que andan en lo del gobierno paritario de ZetaPé y en las cosas municipales ahora se merecen el aplauso de toda la biempensancia patria. Sí, ya lo sé, amadísimos, globalizados, megaletileonorizados y escolarizados niños y niñas que me leéis: acabo de construir un peligroso silogismo al modo saduceo. Es de cajón. Es de lógica. Si el PePé, como viene siendo habitual, dice que nones a lo que propusieron este finde los sociatas, será porque no son biempensantes.
Bueno, a lo que iba. Que la semana pasada hasta Marianito Rajoy dijo eso de “¡Viva el vino!” (podría haber añadido al modo de la copla de Manolo Escobar: “¡Viva el vino y las mujeres!”, para darle más sabor cañí), que podría ser interpretado como una peligrosa incitación a la dipsomanía de los más jóvenes, en forma de horrendo calimocho (kalimotxo, en el lenguaje de los de la kale borroka), vomitiva mixtura resultante de mezclar vino peleón con refresco de cola. Lo que ocurre es que a los del Comité Federal de Maldades del PSOE se les debió pasar por alto, ocupados como estaban en crear la figura del “policía de colegio”.
Porque esta es la última que se les ha ocurrido a los del puño y la rosa: poner un agente de policía en cada colegio. Ni que decir tiene –argumento que brindo a los combativos sindicatos policiales—que el susodicho agente tendrá que ir equipado con lo último en material antidisturbios. Por su propia seguridad, claro está.
Sé que esta noticia no le ha gustado ni siquiera a Ángel Acebes, tan liberal como es el PePé de las Españas, eterno viajero rumbo al centro. Pero yo, en cambio, he recabado la opinión de tío Manolo, el cuñado sevillano de mamá, persona acérrimamente partidaria de la Ley y el Orden. Y mi pariente está encantado con la idea. Incluso se ofrece a enviar todavía más sugerencias al Gobierno.
Porque, pequeñines/as míos/as, ser policía colegial es, en principio, un destino de alto riesgo y especial penosidad. Se van a requerir agentes (masculinos y femeninos) de ánimo templado, excelente forma física y expertísimos en defensa personal. Vamos, que al agente del Cuerpo Nacional de Policía que le destinen –un suponer—a un colegio de barrio suburbial, seguro que pide, tras su primer día de servicio, su ingreso en la Brigada Antiterrorista o en los equipos de desactivación de explosivos de los Tedax. ¡Menudas se las gastan los niños/as de hoy, futuros delincuentes/as de mañana!.
Pero, diga lo que diga la oposición, yo, en este caso, estoy con el Gobierno. Y le pido que no escatime en el despliegue de efectivos humanos. Como mínimo, en cada uno de los colegios e Institutos públicos, debería haber media brigada de policía antidisturbios. Sería la forma de garantizar el orden en las aulas.
Siga por tanto el Gobierno en esta línea. Y, junto a los policías, profesores de religión (católica, por supuesto), y capellanes (aquí, no obstante, convendría que funcionara el principio de idoneidad o, al menos, con tanta infancia suelta a su alrededor, la obligatoria ingestión de bromuro). Es más. Al modo británico, incluso debería existir el prefecto de azotes. Un bedel musculoso, de rotundos bíceps, y con una panoplia de media docena de varas de fresco, encargado, tras la oportuna sentencia del Consejo de Disciplina escolar, refrendada por el director del centro, de administrar el oportuno correctivo físico a los alumnos/as díscolos/as.
Claro que, como me apunta Damián, mi redicho valet de chambre, que ha reflexionado un par de horas sobre el particular, quizá lo más conveniente sería crear el Cuerpo Nacional de Guardería, cuyos miembros deberían entrenarse, pongo por caso, en alguna base de los marines norteamericanos, pongamos que en Guantánamo. Y eso sí, al ir a prestar servicio en los centros escolares, hacerlo equipados como Robocop.