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¿Se inicia un nuevo tiempo?

¿Se inicia un nuevo tiempo?

miércoles 03 de diciembre de 2008, 13:31h
El profundo giro progresista que ha significado la victoria de Obama, en términos de una mayor redistribución de la renta, de un incremento de la intervención del Gobierno en la economía, de subir los impuestos a los más ricos, aún no estaba representado en la reunión del G20 (+2).

A pesar de ello, y de que la reunión no se ha celebrado dentro del marco de la ONU, el acuerdo de Washington es un paso, ya que establece una hoja de ruta para la revisión de la regulación financiera internacional; pero sólo un primer paso, lastrado aún por el peso, aunque sea en retirada, de la Administración republicana de EE.UU.

Sin embargo, hay que subrayar que el acuerdo de Washington significa un cambio de paradigma. En primer lugar, porque el marco de decisión ha sido el G-20, (+2), que incluye a importantes países emergentes de todo el planeta (India, Arabia Saudí, Sudáfrica, Brasil, etc), e incluso a economías no plenamente capitalistas (China), y no el G-7, que sólo reunía a economías capitalistas desarrolladas. Ofrece, por fin, un marco de gobernanza multipolar al que se había opuesto hasta ahora EE.UU.

Pero, sobre todo, en la medida en que cuestiona las bases de la economía de casino que se ha desarrollado desde los años noventa, que debe tener su continuidad no sólo en las cumbres mundiales, sino, sobre todo, en la modificación de las legislaciones nacionales y regionales; en definitiva, en la definición de una nueva arquitectura mundial global articulada en torno a medidas que deberían tener al final un refrendo de la ONU, principal organismo garante de la legalidad internacional.

La UE tiene la oportunidad de ponerse a la vanguardia en las próximas cumbres, pero para ello Europa debe salir de su actual marasmo político y avanzar en la creación de instituciones comunitarias de gobierno económico, por lo menos del área euro, que superen las insuficiencias del Ecofín (reunión de Ministros de Economía); en que el BCE tenga entre sus objetivos también el crecimiento económico, y no sólo el control de la inflación; y en el impulso de la armonización fiscal europea, algo políticamente abandonado en los últimos años.

Ciertamente no hay una mención directa a poner coto a los paraísos fiscales; ni propuestas relativas a la creación de un impuesto internacional sobre operaciones financieras (algo similar a la conocida Tasa Tobin), que daría coherencia a todo el nuevo sistema, tanto en términos de recursos, como de ralentizar la economía de casino.

Tampoco se ha aprobado la necesidad de desarrollar controles para limitar los comportamientos especulativos en los intercambios comerciales (incluidos los mercados energéticos y de materias primas); ni medidas para proteger mejor a los consumidores frente a políticas de préstamos abusivas y agresivas.

Por último, tampoco se ha considerado en esa nueva arquitectura de gobierno global el papel de la OIT, que dado su carácter de representación tripartita (gobiernos, empresarios y trabajadores), debe tomar un nuevo papel mucho más activo, ya que su cometido puede ser fundamental para mejorar la defensa de los derechos de los trabajadores a escala mundial, donde el 80 por ciento de los trabajadores o no tienen derechos laborales, o los tienen restringidos; tampoco la exigencia sindical de que los bancos centrales sean públicamente responsables de sus actos.

Por tanto, el primer paso de un camino que debemos andar sin apresuramientos, pero sabiendo que se inicia un nuevo tiempo.



  
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