Sainete y grotesco: realidad en la literatura
martes 01 de julio de 2008, 19:36h
Todos estos días la recorrí, la observé, la palpé. Miraba rostros, olía, escuchaba discusiones, resentimientos, citas. ¿Frivolidad en ese espectáculo fellinesco? Sin duda, pero también parte de la liturgia peronista. No tiene fin. Feligresía, rito y bombo. Pacto, dentadura y bombo. Carnaval, conjuro y bombo. Así es el tema de las carpas en La Plaza Congreso, mal llamada Plaza de los Dos Congresos. Carpas con pantalla y sin pantalla, con banderas y leyendas, con santuarios y estampitas, con perros vagabundos y volantes, con altoparlantes entre colectivos y smog y guitarreada. Cafrune luchando desde la carpa cuatro para hacerse escuchar porque en la carpa cinco Evita proclama los apotegmas revolucionarios que escribió el falangista Manuel Penella en La razón de mi vida. Y más: panchos, sanguches de salame, carteles, cartelones, cartelitos, mate, muñecos inflables, huevos saltarines, burócratas cuchicheando, venganzas urdidas, banderines, veteranos de las Malvinas no reconocidos, difusión de entidades contra la violencia familiar, banderas, cirujas durmiendo al lado de los compresores, una señora tomando sol, turistas sacando fotos, volantes en el suelo recordando a los desaparecidos. Por todos lados héroes y traidores, víctimas y verdugos, aliados y monólogos. Todos defendiendo la patria, el sentido federal, la libertad del ser y la dignidad de lo nacional. Hoy agregaron un zeppeling y dos carpas más. Una con imágenes de Gandhi y en otra un spa. Sigue la cumbia, las garrapiñadas y los chupetines. Y chistes entre tanto horror, miseria, humillación y decadencia. “Nos ultrajan”, comenta mi hermana. “¿Quién los vota?”, le acoto. “Lumpenaje”, afirma mi amiga María Luján. Que con tantas carpas deberían poner bañeros, que es una toldería de indios, que cómo se puede organizar un camping el fin de semana, que cuánto cuesta la entrada a este circo… ¿Es como afirmaba Luis Franco que la virtud de Perón era haber descubierto un peronista en potencia en el fondo de cada argentino? ¿Es como sentenció Borges que no son ni buenos ni malos, que son incorregibles? ¿Es, cómo me dijo una vez un viejo anarco, que ya no se podía diferenciar a una manifestación peronista de otra que no lo era? ¿Cómo focalizamos lo deleznable? Belicosos y cómplices se unen en una fotografía bellísima. Un palco frente a la Casa de Gobierno. El imaginario visible e invisible. Están todos los políticos zurcidos en el palco. Todos, menos Menem y Duhalde. Curioso el aguafuerte, el modo de ordenar, la genealogía de los militantes ortodoxos.
Mientras, hospitales, colegios, calles, veredas, micros, colectivos, terminales, trenes, jardín botánicos (se acaban de descubrir cadáveres enterrados en el de Buenos Aires), ascensores, negocios, boliches, salas, se van hundiendo entre la corrupción y la desidia.
Han puesto baños químicos alrededor de la plaza. Desde las carpas K se escucha también rock nacional. En la carpa verde se da pan de campo. La gente comenta que diputados y senadores hace rato que perdieron la vergüenza, la decencia y la honestidad. Dicen que son sordos y mudos ante las necesidades del pueblo. Que la gente se ilusiona que esto es un país. Algunos ven más allá: son delincuentes y mafiosos. Dicen que desde el gobierno hacen discursos exculpatorios. Dicen que sólo falta la carpa rubro 59.
Debemos recordar a Roberto J. Payró: la inmigración italiana, la picaresca criolla, la novela costrumbrista, el lenguaje irónico. La agudeza de Payró al describir ciertas lacras sociales de la vida política, la conformación de un carácter y una cultura nacional, la condena moral de la realidad argentina de principio del siglo XX. También analizar ligeramente el entremés español y el sainete que lo sustituye. Una pieza dramática jocosa, de un acto, de carácter popular, con cierto fervor patriótico que emana justamente de lo popular. Había en ellos, según la crítica “tipos bajos e impropios”, “trajes y modales truhanescos”, “vulgaridad, frases hechas, timos, sentimentalismo, tipos urbanos”. Muchos de ellos fueron tratados “como escritores de farsas indecentes”. Este género menor nace en el siglo XVIII (recordemos a Luis Moncín) pasando por Ramón de la Cruz hasta los hermanos Joaquín y Serafín Álvarez Quintero ya a principio del XX.
El máximo exponente del sainete porteño se llamó Alberto Vaccarezza (1886-1959).Entre sus obras recordaremos El conventillo de la Paloma y La comparsa se despide. Para González Castillo, el autor de Entre bueyes no hay cornadas, el sainete criollo “era la caricatura del drama”. Se satiriza las costumbres y los vicios de una sociedad. Sus personajes suelen ser estrafalarios, absurdos y ridículos. Está el guapo, el compadrito, el malevo, el inmigrante, el pícaro.
Pero sobre todo conviene recordar a Armando Discépolo (1887-1971) y al menos tres títulos: Mateo (1923); Stéfano (1928) y Relojero (1934), denominados grotescos por su autor. El grotesco es una manera de fusionar contrastando aspectos cómicos y trágicos de la vida. En ellos están los conventillos deteriorados, los símbolos de un envés de la fachada triunfalista de aquellos años, una mirada diferente al discurso institucional. Delirio y contractura en sus obras, en una realidad sin destino grandioso. La imagen de una Argentina grotesca.
Podemos hablar ahora del neogrotesco: Roberto Cossa (La nona, 1977) metáfora siniestra de una viejita insaciable. O Esperando la carroza de Jacobo Langsner, Montevideo, 1962, donde la hipocresía, las relaciones afectivas y familiares, giran en el neogrotesco. En Cien veces no debo (1990) Ricardo Talesnik bordea el género, los antihéroes conocidos como grotescos de una familia burguesa y de buenas costrumbres. En todas estas obras podemos ver fracasados, deseos imaginarios, delirios. Una sociedad que apuntaba a la fachada (ya no, hasta al Teatro Colón se le cae el revoque), a la apariencia, a la cábala, a la quiniela, a la máquina traga moneda, a la torpeza e inutilidad del poder. Obsceno todo, compañero. Y un autoritarismo que se desplaza. Consecuente lector, haré la misma pregunta que hacia el Señor Porcel. ¿Cuál es la vereda de enfrente?
Carlos Penelas
Buenos Aires, julio de 2008