El Mayo de 1968 y la revolución de los Pingüinos
jueves 24 de abril de 2008, 20:38h
Hace 40 años en nuestro otoño y en la primavera europea comenzaron a sonar los teletipos de los medios de comunicación. Daban cuenta de la movilización de los jóvenes parisinos con algunas consignas muy reveladoras de la construcción de un mundo nuevo al que aspiraban.
Prohibido prohibir. La imaginación al poder. Esto no es más que el principio, continuemos el combate. El aburrimiento es contrarrevolucionario. No le pongas parches, la estructura está podrida. No queremos un mundo donde la garantía de no morir de hambre supone el riesgo de morir de aburrimiento. Los que hacen las revoluciones a medias no hacen más que cavar sus propias tumbas. No vamos a reivindicar nada, no vamos a pedir nada. Tomaremos, ocuparemos. El patrón te necesita, tú no necesitas al patrón. Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar.
Estas frases sintetizan el nivel de aspiración. Todo se generó a partir de huelgas estudiantiles, tanto en universidades como institutos. De ahí vino una serie de enfrentamientos de los jóvenes con la policía que se vio sobrepasada por el ímpetu primaveral de los muchachos que aspiraban un futuro distinto al que estaban mostrando los adultos venidos de la postguerra.
El Presidente Charles de Gaulle, con gran experiencia bélica en la Segunda Guerra Mundial, pensó que se podía controlar la rebelión de primavera aumentando el contingente de primaverales policías, pero todo fue inútil. Más fuerte resultó la reacción.
A los ánimos encendidos de los jóvenes se suman 10 millones de trabajadores y De Gaulle se vio obligado a anticipar las elecciones parlamentarias.
Ya era junio de 1968.
Sin embargo, faltó coordinación para que el movimiento alcanzara objetivos esenciales en el asalto al poder. Las ideas no estaban claras y las tácticas diferirían entre los grupos que se fueron estructurando en el camino, con el ánimo de liderar la rebelión.
El gobierno se mostró mucho más coherente y el Partido Comunista francés estaba muy sometido al sistema y confiaba en que las elecciones eran el camino para lograr el objetivo de cambiar la sociedad.
Las consecuencias del levantamiento son discutibles, pero podría distinguirse el surgimiento del eurocomunismo y de los grupos extremistas que creen que mediante el terrorismo es posible cambiar el mundo. Léase Brigadas Rojas en Italia y RAF en Alemania, una fracción del Ejército Rojo. La guerrilla urbana terminó en esa estructura, cuyo fracaso es conocido. En alguna medida se habían inspirado en la lucha guerrillera de América Latina.
Otros, como Jean-Paul Sartre (1905-1980), filósofo, escritor y dramaturgo francés, exponente del existencialismo, pensaron que a través de un medio de comunicación era posible difundir las ideas de cambio y crearon Libération.
Nuestra historia reciente estuvo marcada por la revolución pingüina, de mucha menor envergadura que Mayo del 68, ya que partió por el reclamo de los carné escolares y las tarifas escolares para la locomoción colectiva.
El movimiento fue creciendo con el entusiasmo, curiosamente, de la masa juvenil de enseñanza media. Los estudiantes universitarios veían con sorpresa cómo sus hermanos menores gritaban en las calles e interpelaban ministros, dándose una organización distinta, no jerárquica, colectiva, con una vitalidad envidiable. La voz de los chicos se hizo sentir y los políticos se empezaron a interesar, porque ahí estaba su futura clientela electoral. Pero fueron rechazados. Los muchachos no querían manipulación de aquellos, a los que el movimiento les había pasado por el lado. La represión policial se hizo sentir, pero su persistencia empezó a ganar simpatías entre vastos sectores de la población porque los chicos ampliaron su plataforma de lucha. Ahora querían cambiarlo todo. Como los muchachos del París del 68. La Ley Orgánica Constitucional de la Educación (LOCE) debía derogarse. Educación gratuita para todos. Participación directa y resolutiva en las decisiones de los estudiantes. Así cayó Martín Zilic, un pintoresco
Ministro de Educación que por momentos resultó patético.
El gobierno, logró atenuar el huracán juvenil con una comisión que debía elaborar las bases para la nueva educación. Se convocó a todos los sectores: estudiantes, docentes, empresarios del negocio educativo, municipios; en fin, que no faltara nadie, esa era la idea.
Para muchos, esta iniciativa gubernamental ha resultado como Charles de Gaulle en París del 68. Hay una fuerte corriente que auspicia el mantenimiento del lucro en la educación, entre otros puntos. Pero más grave aún. Las universidades públicas y la investigación en el nivel superior de la enseñanza, van directo al precipicio.
El Chile de la revolución pingüina no es el mismo del París del 68, pero ¡por Dios que se parecen, en cuanto a frustración!
Por de pronto, hay que decir que está por llegar el mayo del 2008
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Sergio Campos Ulloa
Profesor de periodismo Univ. de Chile