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Marzo, 10, 2008: día histórico por fuerza

domingo 09 de marzo de 2008, 12:40h
Varias veces hemos dicho que, más que el resultado de las elecciones de este domingo 9 de marzo, interesaba a muchos saber cómo gobernará quien ha ganado este domingo. El día histórico, el que marcará una nueva era, no será el 9 de marzo, sino, por fuerza, el 10 y siguientes, cuando se fraguarán los pactos que desembocarán en la investidura del presidente, en la formación del nuevo gobierno y en cómo dirigirá nuestros destinos ese nuevo gobierno, para el que se han ofrecido ya ‘socios’ de otros partidos.

Ya sabemos que los españoles, en las sacrosantas encuestas, se han manifestado más favorables a algún tipo de gran acuerdo entre los dos principales partidos nacionales, PSOE y PP, que a cualquier tipo de entente con formaciones nacionalistas o minoritarias, aunque cierto es que los votantes socialistas se decantan más por un acuerdo de gobierno con Izquierda Unida (Llamazares ya ha hecho saber que él quiere ser ministro) que por cualquier forma de encuentro con los ‘populares’. Así están las cosas y, ahora, el vencedor va a tener que decidirse por una de las opciones que tiene ante la mesa.

Claro que aún faltan muchos datos. Como qué va a ocurrir en las filas del perdedor, por ejemplo. ¿Habrá dimisiones, movidas, lucha por el poder? ¿O se producirá un proceso ordenado de reflexión de los errores que han llevado a una derrota casi anunciada y se iniciará una paulatina renovación? Y, en el campo vencedor, ¿se tenderá generosamente la mano al principal vencido, reconociendo que muchas de sus soluciones eran válidas?

Está claro que no estoy hablando de una fórmula de ‘gran coalición’ a la alemana entre socialistas y conservadores. Me parece que, hoy por hoy, eso no es fácil, ni sería comprendido acaso por una buena parte de los ciudadanos, y menos aún por los sectores más radicales de los dos grandes partidos, para no hablar ya de los nacionalistas y de las formaciones nacionales ’menores’, como Izquierda Unida o la Unión de Rosa Díez, que, muy justamente, han protestado porque este país, dicen, no es bipartidista, contra lo que pretende darse a entender con los debates televisivos ‘cara a cara’ entre dos contendientes por el sillón de La Moncloa.

Pero sí hablo de un acuerdo de legislatura entre socialistas y populares, con límite temático y temporal. Ni la reforma constitucional necesaria –desde el Título octavo, sobre las autonomías, has la equiparación de sexos en la sucesión de la Corona--, ni la de la normativa electoral imprescindible, ni la ofensiva precisa en política exterior, económica, de inmigración y de regeneración de las instituciones, puede ser algo que emprenda en solitario el ganador. Ni puede tampoco resolver la mayor parte de estas cuestiones mediante una simple alianza de izquierda o con los nacionalistas catalanes (con los vascos, de momento, parece más difícil).

El ganador en las urnas, que tanto ha proclamado su buen talante, tiene ante sí unos retos tan enormes -desde la consulta de Ibarretxe para octubre a la crisis económica, pasando por la sentencia sobre la constitucionalidad del Estatut catalán o por la relativa soledad internacional en la que ahora nos hallamos- que no le van a permitir dejarse llevar por la prepotencia ni un  solo segundo. No hay casi ni tiempo para la borrachera de poder que da la victoria, porque hay enormes cuestiones pendientes.

La unidad de acción en temas claves se avizoraba como muy conveniente ya en marzo de 2004, cuando el terrorismo, islamista en ese caso, golpeó nuestras conciencias y cuando las dificultades diplomáticas acechaban. Ya en aquellos momentos se veía claro que España precisa de una especie de ‘segunda transición’, un lavado de cara para seguir creciendo en todos los órdenes. No pudo ser, por multitud de razones que ahora sería demasiado largo enumerar y que, de cualquier forma, todo el mundo conoce. Pero entonces las perspectivas económicas eran excelentes, el tripartito catalán no había empezado a dar problemas y el lehendakari Ibarretxe veía su acción bastante matizada por la presidencia más ‘sensata’ del PNV. Cosas que hoy han dejado de ocurrir.

Ignoro, a estas alturas, si el pésimo entendimiento mutuo que han mostrado, a lo largo de cuatro años, Zapatero y Rajoy impedirá que al acuerdo entre los dos partidos se complete porque lo dificulten cuestiones personales. Pero ese pretexto sería, simplemente, intolerable. Echarse ahora en las manos de extraños compañeros de cama reproduciría, pero agravados, muchos de los problemas que ya hemos vivido en el cuatrienio pasado. Enorme responsabilidad la que tiene ahora en sus manos el vencedor…y la que tiene el que podríamos llamar ‘vencido’, aunque no debería serlo tanto.
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