www.diariocritico.com

Raquel Alarcón (directora de escena, actriz y pedagoga teatral): "La libertad y la serenidad que te da saber que estás haciendo lo que quieres hacer tiene un precio"

viernes 11 de abril de 2025, 08:32h
Raquel Alarcón
Ampliar
Raquel Alarcón (Foto: Vanessa Rabade)
Sonriente, de apariencia desenfadada, ágil, despierta, precisa, nadie diría que Raquel Alarcón (Murcia, 1975), está al borde de cumplir su primer medio siglo de vida si no es porque ella misma lo confiesa. La realidad es que uno acabaría perdiendo algo si apuesta ciegamente a que no llega a los 40, pero su extenso currículum apunta también en la dirección adecuada para ajustar el perfil de esta directora, actriz y pedagoga teatral de amplia formación dentro y fuera del teatro.

Licenciada en Filología Hispánica y diplomada en Psicopedagogía Aplicada al Teatro, tras ejercer como periodista durante una década se graduó en Interpretación en la madrileña Escuela de Teatro Cuarta Pared. Después ampliaría sus estudios teatrales en otros contextos como el Odin Teatret (Dinamarca), Teatro de la Abadía o Escuela de Calor, con La Tristura.

A partir de 2015 entra en el mundo de la dirección en producciones del Centro Dramático Nacional (CDN), Teatro Real, Teatro de la Abadía, Pavón Teatro Kamikaze, Teatro Español, Teatros del Canal, Teatro de la Zarzuela y Teatro de la Maestranza, entre otros, como ayudante con directores de la talla de Pablo Remón, Mario Gas, Alfredo Sanzol, Ernesto Arias, Lucía Carballal, Fernando Sánchez-Cabezudo, Susana Gómez o Pilar Massa.

Como directora, sus trabajos son tan interesantes como variados. 400 días sin luz, crónica de un barrio, de Vanessa Espín; Daniela Astor y la caja negra, basada en la novela de Marta Sanz, Sueños y Visiones de Rodrigo Rato, de Roberto Martín Maiztegui y Pablo Remón; los proyectos de teatro comunitario Cervantes de Boca en Boca (Corral de Comedias de Alcalá) y Todas Podemos Silbar (Teatro de la Abadía), o la pieza de videocreación Apuntes sobre realidad (Teatro Valle Inclán, CDN. Vinculada a la música, ha dirigido el Concierto Extraordinario de Música Contemporánea con ORTVE (Teatro Monumental) o el espectáculo-concierto Il Teatrino delle meraviglie, de Cervantes (Marchesato Opera Festival de Saluzzo, Italia). Además de su último trabajo, Todo lo que veo me sobrevivirá, que forma parte del Tríptico de la vida, de Cuarta Pared, donde dirige y por primera vez escribe uno de los textos de la pieza.

“Si no tormenta, la vida al menos es puro movimiento”

Raquel AlarcónComenzó a bailar con sólo 4 años “por un problema físico que tenía en los pies y el dilema era llevar botas ortopédicas durante toda mi infancia o meterme a hacer danza para corregir esa dificultad, así es que desde los cuatro años hacía ya danza y estuve con ella hasta los 14, ya adolescente. Lo que entonces quería era estar con mis amigas y no meterme en una sala de danza cuando no estaba en el colegio. A esa edad, cuando llevas ya tantos años practicando una disciplina como la danza, que requiere una entrega absoluta, lo dejé como un acto de rebeldía”. Con esa edad y con tantos años de duro trabajo, probablemente Raquel estaba a las puertas de hacer ya danza profesionalmente pero nunca llegó a dar el salto, y hoy la artista se arrepiente de no haberlo hecho: “siempre quedó en mí esa semilla de haber crecido cultivando una mirada en el terreno de la expresión artística o creativa. Luego, al cabo de muchos años, en el instituto tuve la oportunidad de entrar en un taller de teatro, pero me daba auténtico pánico tener que ponerme a decir cosas delante de un público. Estaba preparada como bailarina, pero ahí no se usaba la palabra… Muchos años después, cuando estaba trabajando ya como periodista, estuve varios meses de baja también por un problema físico, y en ese momento me replanteé todo…”.

“Lo que siempre me ha interesado ha sido la comunicación, el acto comunicativo. Tanto a través de la ficción -de la literatura-, como de lo documental -el periodismo-, o bien a través del teatro, que fue lo último que descubrí. Inicialmente me apasionaba el periodismo, una actividad que no me atemorizaba en la misma medida que me pasaba con el teatro, que era un ámbito por el que tenía una inmensa atracción, pero en el que, al mismo tiempo, veía un riesgo mucho mayor. El periodismo era para mí un lugar seguro desde el que abordar el acto comunicativo, pero sin exponerme. Pero con aquella baja tan prolongada llegué a replantearme qué es lo que de verdad quería hacer y decidí tomarme un periodo de descanso para poder reflexionar serenamente sobre mi futuro”.

Pequeños y grandes sueños

Es verdad que lo de Raquel Alarcón y el teatro acabó por ser una decisión la mar de romántica, un verdadero flechazo en dónde fue el corazón y no la razón quién finalmente se impuso: “Me dedicaba a la cultura y decidí preguntar a mi entorno en Murcia qué sitio me recomendaban para estudiar teatro durante un año, sabiendo que yo pretendía más tener una experiencia fuerte que dedicarme realmente a ello. No me imaginaba, por ejemplo, presentándome a una RESAD, ni muchísimo menos, porque no era ese mi objetivo, sino alimentarme de la maravilla de poder estudiar teatro durante un año y, posiblemente, volver después a retomar mi vida de periodista. Entonces me recomendaron Cuarta Pared y, por un año, cerré mi vida en Murcia y me fui a Madrid. Pero me enamoré de tal forma de este mundo que decidí dar el paso y quedarme en la capital…”.

Si ese paso que finalmente acabó dando la artista lo hubiera abordado desde un punto de vista netamente racional y utilitario, “posiblemente no lo habría hecho. Cuando empecé a estudiar interpretación no tenía ninguna pretensión de dedicarme a ello profesionalmente. El salto a la dirección vendría mucho después y también de manera totalmente inesperada”. Quizás fuera esa la mejor forma —comentamos a Raquel—, de no hundirse en las frustraciones y de acabar cumpliendo esos pequeños sueños que alumbran el camino de todo artista: “absolutamente —nos responde—. El otro día hablaba con un amigo al que hacía más de 20 años que no veía. Un amigo de la época en la que viví en Lisboa, y me decía ‘¿entonces te dedicas a esto?’, y le decía que me había costado muchos años poder afirmarlo, llevo ya suficiente tiempo en ello como para poder decir que sí, que el teatro es mi profesión, mi pasión y también mi vida. He pasado por muchos otros lugares, me he dedicado a otras cosas, he experimentado otros tipos de vida y éste es el lugar que quiero ocupar en el mundo”.

Desmiente, pues, Raquel con su azarosa vida profesional aquello de que ‘Nada se mueve. Y lo que se mueve es para escapar de la tormenta’. “Es que la vida es puro movimiento —concluye sin dudarlo un instante la artista murciana—. Y si no fuera así, muy mal iríamos. Si no tormenta, la vida al menos es puro movimiento. Hay algo en mí, por mi propia naturaleza, de búsqueda continua y constante, aunque también sé que no es esa la única manera de estar en el mundo. Uno puede dedicarse a hacer lo mismo durante toda su vida, pero, al mismo tiempo, estar en continuo movimiento interno, y creo que eso es lo que hay que hacer”.

Un cambio tan drástico de vida como el que Raquel adoptó cuando cumplió los 30 años no es muy común, ni siquiera fácil, pero ella escuchó a su cuerpo, “que me estaba diciendo a voces que por aquí ya no podía seguir. Creo que fue porque había llegado a un lugar donde consideraba que había dejado de tener un estímulo, de encontrar algo nuevo después de llevar varios años dedicándome al periodismo cultural”. En aquel entonces Raquel era la redactora-jefe de un suplemento cultural de ocho páginas diarias (un periódico gratuito, editado en papel, Crónica, que hoy ya no existe), en una ciudad relativamente pequeña como Murcia, “pero en la que teníamos un despliegue muy importante que cubría toda la actividad cultural murciana. Había pasado por otros suplementos, por educación, sucesos, tribunales…Tenía la sensación de que aquello se había agotado, que estaba al final de una etapa”.

Alarcón me parece que comulga también con alguien a quien suelo citar con frecuencia, Irina Kouberskaya, la directora, dramaturga y actriz de origen ruso afincada ya desde hace decenios entre nosotros, que un día nos dijo que ‘El teatro es la manera más digna de arruinarse que conozco’. Raquel ríe con ganas antes de solidarizarse totalmente con Irina y respondernos “¡absolutamente! Estamos muy de acuerdo y, precisamente, porque he tenido la oportunidad de dedicarme a otras cosas y tener experiencias bien distintas, puedo comparar cómo se vive dedicándose al teatro y cómo se vive dedicándose a cualquier otra cosa —incluido el periodismo, y fíjate que te estoy hablando de una profesión bastante precaria—. Sé lo que es vivir sin esa incertidumbre constante de no saber qué va a pasar el mes que viene, cómo voy a pagar el alquiler, qué va a pasar si no consigo sacar este proyecto adelante… y me reafirmo en que merece la pena vivir en el teatro, aunque eso signifique que haya un riesgo constante. Un riesgo que asumo porque la libertad y la serenidad que te da saber que estás haciendo lo que quieres hacer tiene un precio, y es ese”.

“Si no creyera en las personas no podría dedicarme a esto”

Raquel AlarcónHa vivido en Portugal y en Italia y, además, ha pasado también largos periodos en Dinamarca y en Polonia, de modo que Raquel está más que entrenada a llevar consigo la casa a cuestas, como el caracol: “si estás en el teatro tienes que saber también adaptarte a una vida nómada, que es un concepto que robo al director argentino con el que trabajé durante mucho tiempo, Raúl Iaiza. Tu casa es la sala de teatro en la que estás cada día, tienes que aprender a moverte con lo mínimo y saber que hay una familia nómada que es con la que te vas encontrando allí por dónde vas. Eso fue muy intenso en el periodo en el que viví en Italia trabajando con esta compañía de teatro laboratorio. Pero al volver a España, también tuve esa sensación, y aún no la he abandonado. Es muy difícil hoy sentir que perteneces a una compañía y poder mantenerla viva. Ni el contexto lo permite, ni el gremio, el oficio, la industria teatral tampoco. La idea de una compañía estable (actores y dirección fijos), es inviable, hoy no se sostiene, salvo raras excepciones. Sin embargo, en otros países de Europa, hay ciudades con una compañía pública estable, y para que eso pueda trasladarse a España necesitamos un cambio radical en decisiones políticas y económicas que puedan hacer viable un cambio de modelo que pueda ir en esa dirección. Hoy parece impensable, pero ¡ojalá suceda!”.

Y, si fascinante es el mundo fantástico que ha generado el teatro en los siglos y siglos de historia que atesora, a Raquel, le parecen mucho más aún las personas que integran el oficio: “si no creyera en las personas, en el ser humano, no podría dedicarme a esto. Al final, el teatro lo hacemos las personas, y a mí me importa la relación entre las personas que hacen posible el teatro. Esto es un aprendizaje constante porque muchas veces estás en situaciones donde puedes cometer el error de priorizar el trabajo por encima de las personas. Cada vez estoy más atenta a esto”.

Ponemos ahora a Raquel en el dilema de valorar qué es más importante dentro del mundo del teatro para conseguir sobrevivir durante mucho tiempo en él, la honestidad o el arrojo, y ella no necesita pensarlo mucho: “las dos cosas son igualmente importantes. Sin honestidad el arrojo no sirve para nada, y en cierta medida tampoco sólo con la honestidad se llega muy lejos. Hace falta tener también valentía para no quedarse paralizada. A mí me ha pasado y tuve que trabajar mucho para poder salir de ese bloqueo. Pero, si tuviera que elegir entre una de las dos cosas, creo que me quedo con la honestidad, tanto con los otros como con una misma”.

Pregunto también a la artista murciana si le preocupa más el aquí y el ahora, o busca dejar huella con su trabajo pensando en lo que pueda decirse de él en la posteridad: “absolutamente en el presente. Lo que hago es siempre por una necesidad personal y, de no ser así, no lo haría. A veces te proponen proyectos, y otras veces eres tú quién los propone. Cuando me los proponen, lo primero que miro es ver qué puedo aportar yo a lo que me están proponiendo, en qué medida me interesa y qué tiene que ver eso con el mundo que hoy nos rodea. Si no se establece ese diálogo, pierdo el interés por el proyecto”.

Teatro y política

Supongo, entonces, que ese fue el origen de esos 400 días sin luz, un texto de Vanessa Espín, que Alarcón dirigió en el CDN: “yo llevaba ya cierto tiempo trabajando con Fernando Sánchez-Cabezudo con proyectos similares que buscaban contar la historia de barrios madrileños y surgió la posibilidad de hacerlo en el contexto del CDN cuando, de pronto, vino la tormenta Filomena. Ya habíamos hablado de hacerlo sobre la Cañada Real, y, con la tormenta, esa necesidad fue aún más acuciante de contar su historia, de ayudar a difundir lo que estaba pasando en ese barrio madrileño. Así empezó todo, y luego se hizo ese Dramawalker, y de cara a la siguiente temporada el CDN propuso llevarlo a escena. Y si el Dramawalker había llevado el teatro al barrio, ahora sería este quién acudiese a un escenario, el del Teatro Valle-Inclán del CDN”.

Con piezas como esos 400 días sin luz, de marcado carácter social y político, es con las que uno puede llegar a preguntarse si es realmente eficaz luchar contra la injusticia desde el teatro. Trasladamos esa duda a Raquel y ella reflexiona con la lucidez que acostumbra: “yo creo que, a nivel personal, la experiencia fue rica para todas y cada una de las personas que intervinieron en el proceso. Por lo que me comentaban las vecinas que participaron de manera directa, desde luego fue así, y yo diría que para todo el vecindario implicado también. Sobre todo, la población joven, que era la que más nos interesaba a nosotros porque son los que están viviendo esa circunstancia sin haber decidido nada al respecto. Han nacido allí, y les ha tocado esta situación, y esto es difícil manejarlo, más cuando eres un chaval. Había vecinas y vecinos que venían a ver el montaje y nos contaban que se sentían reconocidas en la historia contada. No puedo saberlo a nivel político, tampoco era esa la intención, pero creo sí que contribuyó a generar apoyo, a que este barrio se sintiera escuchado, por esta acción y por tantas otras que se han llevado y se llevan a cabo en el ámbito de Cañada”.

Cuando los artistas y el equipo técnico del montaje han vuelto por la Cañada Real (y me consta que lo hacen con cierta frecuencia), “siempre nos acogen con los brazos abiertos. Se implican en todo, y más, cada vez que hemos vuelto a su centro sociocomunitario no dejan de acompañarnos, de participar, de apoyar. Ahora han recibido el respaldo de un tribunal de justicia europeo, aunque ese reconocimiento no implique que vayan a llevarse a cabo medidas concretas de dignificación del barrio. Ni el Gobierno central, ni la Comunidad de Madrid, ni el Ayuntamiento de la capital han hecho nada efectivo después, pero ese empujón desde Europa reconoce explícitamente que se están violando ciertos derechos humanos… Hay mucho desgaste emocional y vital en todas las personas de Cañada Real que están viviendo esta situación desde hace ya más de cuatro años”.

Buscamos ahora que la directora de escena se moje apuntando al tipo de público al que más le gustaría llegar e, incluso, cuál le importa poco o nada, y nuevamente Raquel no elude la cuestión y la afronta directamente: “no desprecio a ningún tipo de público. Me interesa cualquier persona que esté dispuesta a sentarse una hora y media, dos o tres, a ‘perder el tiempo’ en su vida, y sentarse a que le cuenten historias. Creo que hay una parte de cualquier hecho artístico que apunta hacia su utilidad, o mejor dicho hacia la utilidad de lo inútil, como dice Nuccio Ordine en un libro que estoy leyendo ahora. Es algo inmaterial y aparentemente insignificante, pero que alimenta el alma del ser humano. Cualquiera que esté dispuesto a ‘perder el tiempo’, como digo, es el público ideal”.

Leer, hablar, escuchar y escribir

Raquel Alarcón (Foto: Vanessa Rabade)Otra cuestión que bordea lo filosófico. Pedimos a Raquel que ordene por su importancia para el hecho artístico las acciones de leer, hablar, escuchar y escribir. Raquel lo piensa un poco y nos contesta que “no sé qué responderte… Todas tienen su importancia en función de la fase que se atraviese en el proceso creativo. Hay un momento fundamental de ‘alimentarte de’. Ahí es muy importante escuchar otros referentes artísticos que hay que tener en cuenta en tu propio proceso creativo. Son estímulos y dialogan permanentemente con la idea que tú puedas tener ya iniciada, aunque no hayas acabado de concretarla. Luego hay otra fase en la que te abres al diálogo con quienes van a ser tus compañeros de viaje en esa parte de llevar la idea a lo específico, a lo concreto. Si hablamos de procesos documentales, por ejemplo, hay que hablar con gente afectada para recabar testimonios reales. Y luego hay otra parte de escritura, que puede ser para llevarlo a escena, o simplemente para generar dramaturgia escénica y no textual. En definitiva, todo es importante y depende muy claramente del momento en el que estés dentro del proceso creativo. Yo, por mi vena periodística, disfruto especialmente en la fase de la escucha”.

Ajena a las modas, Alarcón escucha siempre lo que le pide un texto antes de poner manos a la obra del montaje: “hay que escuchar siempre a la pieza porque hay cosas que, lo quieras o no, la pieza te expulsa ideas si la escuchas con atención, y siempre hay que estar muy abierta a ello. Y, por otro lado, mi baremo, mi tabla de medir, mi rasero está siempre en asumir riesgos, o al menos intentarlo, y colocarme en un lugar que no sea cómodo, un lugar que me lleve a encontrar soluciones para poder llevarlo a la escena. Ese es mi rasero y si no voy por ahí es que no estoy enfocando bien la puesta en escena. Y, además de esto, yo tiendo siempre a trabajar con la actriz o el actor, a escuchar su punto de vista, que es lo que más me interesa, y si es necesario trabajar también con otros lenguajes que suceden también en el hecho teatral: la luz, el sonido, el espacio, más allá del lenguaje con el actor. Y todo eso porque yo vengo de ahí, porque antes de trabajar como actriz estuve durante muchos años siendo cuentacuentos, y eso tampoco puedo eludirlo en la base de mis trabajos. Lo básico para mí es un espacio vacío, el cuerpo del actor y la palabra, y todo lo que se pueda contar con eso. Pero no eludo la utilización de todos esos otros recursos que comentaba en donde no me pueda sentir tan suelta. Por eso es para mí un reto generar dramaturgia escénica desde esos elementos, y cada vez me lanzo más a ello”.

La búsqueda del bien común, la lucha por acabar con las injusticias, etc., no le son ajenas tampoco al teatro, pero nos preguntamos si es realmente eficaz luchar contra ellas desde el teatro. Raquel vuelve a 400 días sin luz para contestarnos a esta duda: “pensábamos muy a menudo entonces sobre qué pretendíamos con la puesta en escena de esa problemática. También nos preguntaban por ello frecuentemente… No sé si el teatro es capaz de cambiar el mundo porque quizás sea una pretensión demasiado grande y poética, pero con que una obra de teatro pueda tocar a un solo espectador a que se haga una pregunta y que algo de esa mirada pueda enriquecer a quien la mire, eso ya es mucho. En otras palabras, si eso es hacer política, sí, en el teatro hay también política. Sucede también, y por distintos temas, en Sueños y visiones de Rodrigo Rato, o en Daniela Astor y la caja negra”.

Vamos acercándonos ya al final de la parte específica de la entrevista, así es que pretendemos de nuevo poner en un aprieto a Raquel. De los conceptos de poesía, imaginación, realismo, observación y conflicto…, le pedimos que intente ordenarlos en función de su utilidad para la creación teatral. La artista murciana vuelve a sonreír indulgente ante el reto y, segura de sí misma, los ordena: “observación, imaginación, poesía, realismo, y conflicto…”. Y, para completar su respuesta, y más aún desde la doble perspectiva de alguien que ha sido entrevistadora y ahora es entrevistada, Raquel termina por apuntarnos que “estas preguntas las puedes hacer porque tienes el privilegio de no ir contra reloj, y eso es maravilloso, no como me sucedía a mí la mayor parte de las veces en mi época de periodista…” (ríe con ganas).

Que una artista como Alarcón haya estrenado ya en teatros públicos y privados, y con un claro reconocimiento de crítica y público, no parece aún garantía de poder proseguir en el oficio exclusivamente desde la dirección de escena, y que la necesidad la obligue a retomar también las ayudantías. Para la artista, “hay un momento en que eso se agota. Mi última ayudantía ha sido el año pasado en El cuarto de atrás, con Rakel Camacho. Ha sido difícil decidirme a no continuar por ese camino este año porque esta decisión no es sólo a nivel práctico y económico, por lo que supone renunciar a una vía estable para mantenerte, para vivir, para pagar el alquiler, etc., sino también y sobre todo a nivel artístico y vital. La etapa de ayudantías de dirección, que en mi caso ha sido una década, ha sido muy rica, y le debo muchísimo, pero estoy en otro momento. Ya he dicho que no a varias propuestas porque quiero dejar espacio definitivamente a la directora que soy y que me está pidiendo ya con fuerza tener su sitio”.

Cuestionario final

Raquel Alarcón¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

En este momento, tener dificultades de entendimiento con mi entorno, tanto en el ámbito personal como en el profesional.

¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

Tiene que haber una convivencia entre las dos cosas. Yo soy muy organizada, y esto ayuda mucho, pero hay que dejar siempre espacio para que la intuición y el imaginario puedan tomar su lugar en todo proceso creativo. Es imprescindible. Y mi búsqueda ahora es alimentar esto.

¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

Es terrible. Hay que intentar que el público sea capaz de poder prescindir de este aparato durante una hora u hora y media. Tampoco es pedir tanto…

¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

Aunque parezca una enorme contradicción creo que sí, porque lo veo. Sucede en la medida en la que se puede ser de izquierdas pero tener prácticas conservadoras. Y también en el otro sentido. Solo cada uno sabe hasta dónde quiere llevar su compromiso vital y lidiar con sus propias contradicciones.

¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

No. La realidad es que no, aunque haya quien no quiera verlo. Es algo que no está superado, por muchas políticas que se estén instrumentando hoy en ese sentido.

¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

Qué es lo que quiero contar. Esa pregunta es recurrente en mí. Sin determinar antes el qué quieres contar, no puedes avanzar para considerar cómo lo vas a contar.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios