Al parecer, no ha habido una única señorita de compañía de José Luis Ábalos enchufada por la brava en una empresa pública. Se ha intentado dotar a esas contrataciones de toda una parafernalia documental, incluidos partes de trabajo que contradicen las afirmaciones de la más conocida de esas señoritas, Jessica Rodríguez, que manifestó que jamás había trabajado en la empresa de marras.
De lo que no queda constancia es de las grabaciones de las entrevistas para acceder al empleo en cuestión, ni pruebas documentales de exámenes o cuestionarios durante el proceso de selección. Tales pruebas me parecen determinantes, no sólo en el caso de las amigas sexuales del ex ministro de Transportes, sino en cualquier contratación pública.
Ésa es la manera de evitar las corruptelas con el dinero de todos los contribuyentes y poder argumentar fehacientemente en caso de discrepancia o desacuerdo con la contratación efectuada. Y no sólo en el caso de las mantenidas por Ábalos, sino en cualquier contratación de empresas o servicios públicos, en los que la transparencia de lo efectuado debe ser total y en donde los excluidos del puesto ofertado puedan reclamar si estiman que no se han cumplido todos los requisitos. Esto no suele hacerse y sería, en cambio, decisivo en cualquier pleito sobre nepotismo o favorecimiento de amiguetes o allegados.
En cualquier caso, a estas alturas de la película erótica protagonizada por nuestro prohombre, queda claro que la defenestración de quien era todopoderoso en el Gobierno y en el PSOE se debió a su vida disoluta que debía impedirle dedicarse con el empeño debido a sus importantes cargos. Se ha sabido, además, de la violencia de algunas orgías perpetradas por el ex ministro en un parador público, con destrozo de mobiliario incluido.
Por todo ello, además de los otros cargos que se le imputan, Ábalos está siendo juzgado, teniendo la presunción de inocencia que la ministra
María Jesús Montero niega a quien le parece.