Hace falta algún desenfado para presentarse en el Centro de Estudios Liberales de Londres a explicar qué cosa es el liberalismo. La semana pasada, Isabel Díaz Ayuso, desenfadada y valiente, describió su discurso sobre la libertad como una forma de vida tal cual es la que ella practica en Madrid como política y como persona. Dijo que aquello era liberalismo a la española y era una esencia liberal en cualquier parte. El liberal -afirmó- cree en la ley, en la Constitución, en el Estado de Derecho y en la separación de poderes. Quienes no tienen ni practican estas virtudes no es un liberal ni en Madrid ni en Londres.
Los enemigos frontales del liberalismo son las dictaduras asiáticas, la autocracia rusa o algunos invitados iberoamericanos. Pero estas políticas construidas con cemento armado, tienen su fin histórico señalado por la paciencia de los pueblos que las padecen. Tampoco las utilizan las utopías de la extrema derecha que carecen de fuerza popular para predominar. El problema reside en la tergiversación de los valores del liberalismo por los políticos con que convivimos con excesiva confianza.
Son políticos que gobiernan sin el consenso de poder legislativo alguno. Si este existe, solo existe formalmente y siempre se viola la separación de poderes y se contaminan de partidismo la independencia de las instituciones. Permiten los mecanismos de apariencia democrática para acorralar a la oposición política detrás de un muro de cemento. Practican un falso liberalismo que mantiene las formas vacías de verdadero espíritu liberal tal y como lo entiende la estrategia británica, aunque la nuestra tenga unos antecedentes trágicos.
Madrid, con su mentalidad abierta para las ideas y las inversiones es una comunidad democrática que no se deja acorralar por presiones políticas ni económicas. Se mantiene como una casa familiar para los españoles de todas las regiones y para extranjeros que buscan acogida amistosa a sus iniciativas y actividades. La alegría vive en el alma de Madrid y se nota como un modo de ser liberal universal porque el viento triste no llega a Madrid de Rusia sino de Moscú. No solo Vladímir Putin sino también el Kremlin, con sus antiguos zares, otro pasado y los tiranos que lo sucedieron después y que buscan aliados entre los sátrapas tristes de cualquier rincón del mundo real y alegre o desde la tristeza sentimental.
Frente a los liberales madrileños se manifestaron un 12 de mayo los sectarios napoleónicos que no comprendían la alegría natural de los madrileños ni entendieron la fraternidad espontanea entre el pueblo y las fuerzas armadas que sacó los cañones del Parque de Monteleón, con unos oficiales de Artillería en cuyo homenaje se conservan las llaves de sus tumbas desde aquellas fechas en una vitrina del Senado porque fue esa agrupación quien se unió al pueblo sublevado contra la invasión extranjera y unos oficiales tras ser invocados por la autoridad civil del alcalde de Móstoles Andrés Torrejón: “La patria está en peligro. Acudid a salvarla.” En recuerdo del rearme civicomilitar se oficializó una fiesta por la actual autoridad civil de la Comunidad de Madrid de fusión del pueblo y sus Fuerzas Armadas “con armas” y no de seguridad como dice Pedro Sánchez y la ministra de Defensa Margarita Robles que no conoce la historia de la música militar española. ¡Sí, el pasodoble! “marcha a cuyo compas puede llevar la tropa el paso ordinario” (Real Academia de la Lengua Española) Es el paso del Madrid liberal que conocen los leones Daoiz y Velarde. Aquellos apellidos que llevan su nombre según explican los ujieres a todos los visitantes al Congreso de los Diputados. Tomados de los oficiales de Artillería Daoiz y Velarde. Todos estos recuerdos no preocupan demasiado al Gobierno. Lo que le molesta es que pase revista a los artilleros al son de la música la autoridad cívica denominada Isabel Díaz Ayuso. Es lo único del acto que molesta al Gobierno.