A tenor de todo el tiempo que le dedicaron este lunes los medios audiovisuales, el juicio a Luis Rubiales es una de las noticias más importantes del día, equiparable a las gravísimas acciones de Donald Trump o a los avatares de nuestro errático Gobierno.
No soy yo quién para saber si la actuación del antiguo presidente del fútbol español debe llevarlo o no a la cárcel. Para eso está este juicio con todas las garantías procesales a los acusados. Lo indudable es la gravedad de la acción del ex jugador convertido en presidente y la evidencia de que el principal procesado en este juicio es un patán cuyos aspavientos tras la final del Campeonato del Mundo lo delatan .
Lo peor para el acusado es que a fecha de hoy aún no se da cuenta de la trascendencia de su acción y la deja reducida a un beso normal y sin importancia, en vez de una agresión sexual a una subordinada. Eso lo ha puesto de manifiesto la ofendida, Jennifer Hermoso, tras responder durante más de dos horas a las preguntas de la fiscalía y los abogados defensores. La jugadora explicó su estupefacción y su 1ndefensión ante lo que suponía la actuación de quien era su jefe, Eso justifica su inicial actitud de no querer darle más importancia y el agobio consiguiente al suceso. Luego, para más inri, vinieron todas las presiones del entorno del agresor para que la agredida cambiase la versión de lo sucedido y no convirtiese su malestar en una denuncia.
Hasta aquí, los hechos conocidos por todos, desde la falta de idoneidad del encausado para ostentar un cargo público, hasta los hechos que hoy se juzgan en el tribunal. La importancia de éstos, además de su carácter intrínseco, es que responde a la tipicidad del acoso laboral, en la que el superior jerárquico se cree con derechos que nadie le ha concedido.
En los días sucesivos continuarán deponiendo los testigos de las partes y se llegará al final a una sentencia, sea cual sea, de un caso en el que lo que dilucida en el fondo es el ambiente de un entorno laboral y el derecho a la intimidad e integridad de cualquier subordinado ante las acciones impropias de sus jefes. También, como añadido, la actitud de aquellos mandos intermedios que, con tal de bailar el agua a su superior. intimidan y amenazan al personal objeto de la agresión.