“Si hay una empresa alimentaria especialmente complacida con el Nutri-Score, esa es Danone”, afirmaba en 2021 la organización Justicia Alimentaria en su informe titulado La gran mentira del Nutri-Score: Una herramienta al servicio de las grandes multinacionales de la alimentación procesada. Según explicaban, “el algoritmo parece diseñado precisamente para que la mayoría de sus productos se califiquen como saludables, a pesar de contener cantidades nada despreciables de azúcares y grasas saturadas”. Por ello, desde Justicia Alimentaria jugaban con ambos términos y hablaban de "Danone-Score" para referirse al Nutri-Score. Desde entonces, mucha agua ha corrido bajo el puente y, en un anuncio sorpresivo, Danone decidió cambiar de rumbo. El gigante francés pasó de ser un ferviente defensor del modelo Nutri-Score a anunciar la retirada de la etiqueta en algunos de sus productos. ¿Qué ocurrió en ese tiempo? Críticas generalizadas, numerosas modificaciones al algoritmo y una lucha infructuosa por imponer este etiquetado en varios mercados europeos.
La etiqueta Nutri-Score fue desarrollada en Francia con el objetivo de simplificar la información nutricional para los consumidores. El sistema opera mediante un algoritmo que asigna una clasificación basada en una escala de colores, desde el verde oscuro hasta el rojo, asociada a cinco letras, de la A a la E. Esta puntuación busca reflejar la calidad nutricional de los productos, permitiendo compararlos dentro de una misma categoría. Sin embargo, con el tiempo y la aparición de las primeras etiquetas, quedó claro que el sistema no lograba proporcionar la claridad y transparencia que pretendía ofrecer a los consumidores.
Rápidamente, se evidenció quiénes eran los principales beneficiados: patatas fritas congeladas con etiqueta Nutri-Score A, refrescos azucarados con calificación B, hamburguesas de cadenas de comida rápida y cereales azucarados para niños con la mejor clasificación posible. Esto explicaba por qué muchas grandes empresas, como Danone y Nestlé, respaldaron la campaña de promoción del Nutri-Score desde sus inicios. Mientras tanto, los pequeños productores de alimentos tradicionales, como el aceite de oliva o los jamones curados, se vieron penalizados por el sistema.
Esta disparidad puso de manifiesto el mal funcionamiento del Nutri-Score y generó numerosas críticas por parte de expertos que denunciaron las maniobras de la industria alimentaria para mejorar sus calificaciones sin elevar la calidad nutricional de sus productos. El problema central radicaba en que el algoritmo era demasiado permisivo y, al ser público, permitía a las empresas modificar sus recetas, añadiendo ingredientes como fibras para mejorar su clasificación. “Con este etiquetado, la industria tiene la posibilidad de maquillar el producto para que parezca saludable”, advertía el dietista-nutricionista Juan Revenga.
Lo paradójico es que, desde el lado de los promotores, se intentó culpar a los lobbies alimentarios del fracaso de un sistema incapaz de responder a las necesidades actuales de los consumidores. Al mismo tiempo, las grandes multinacionales realizaban intensas campañas de lobbying para impulsar el Nutri-Score, considerándolo la mejor opción disponible, ya que, como señalaron varios expertos, bajo este sistema permisivo, sus productos salían bien parados.
Siempre a la defensiva y tratando de salvar el sistema que habían desarrollado, los creadores del Nutri-Score se vieron finalmente obligados a modificar el algoritmo. La última actualización fue la gota que colmó el vaso, llevando incluso a Danone, uno de los principales defensores del sistema, a abandonar el proyecto.
“Danone quiere expresar su desacuerdo con la revisión del algoritmo que clasifica los lácteos bebibles y las alternativas vegetales dentro de la categoría de bebidas. Esta clasificación ofrece una visión errónea de la calidad nutricional y funcional de los productos lácteos y vegetales bebibles, lo que choca con las directrices dietéticas europeas basadas en los alimentos”, anunciaron desde Danone. Además, explicaron que este nuevo sistema “confunde a los consumidores al plantear diferentes puntuaciones Nutri-Score para productos que tienen propósitos similares pero solo difieren en su formato”.
Con el nuevo algoritmo, la leche y los productos lácteos fueron incluidos en la categoría de bebidas, donde solo el agua mineral obtiene la mejor clasificación. Como resultado, la leche entera pasó a obtener una calificación C, en lugar de la B que mantenía previamente, mientras que las leches semidesnatadas y desnatadas ahora ocupan la categoría B.
Como bien señaló el investigador y científico Javier Sánchez Perona en sus redes sociales, el hecho de que Danone abandone el Nutri-Score “parece una buena noticia hasta que ves que la leche entera ha pasado de lucir una B a tener una C, mientras que las desnatadas y semis tienen una B”. Su comentario atrajo la atención de los desarrolladores del Nutri-Score, quienes respondieron a través de las redes.
¿Cuántos hilos en la red social X necesitan los promotores del Nutri-Score para explicar cada una de las polémicas que rodean el sistema? ¿Cuántas aclaraciones son necesarias para comprender una etiqueta que, en teoría, debería simplificar la información nutricional? En la práctica, el Nutri-Score resulta tan confuso que sus desarrolladores se ven obligados a difundir constantemente extensas publicaciones para aclarar las dudas de los consumidores y responder a las críticas. Sin darse cuenta, con cada explicación, confirman la falta de claridad del sistema.
Como bien lo expresó la divulgadora científica Gemma del Caño: “Nutri-Score es como los chistes, si hay que explicarlo, ya no tiene gracia. Si un etiquetado frontal no es intuitivo y confunde al consumidor, es que es una patraña”.