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Populismos y polarización

martes 30 de julio de 2024, 09:56h

Donald Trump parece haber nacido con una rosa en el culo. Juicio tras juicio, sentencia tras sentencia sobre asuntos nada edificantes como esa relación con la actriz porno estadounidense o la salida de material clasificado al abandonar la Casa Blanca, no parecen haberle salido mal al estrafalario presidente. Y lo peor es que cada vez que los jueces norteamericanos promulgan una nueva sentencia sobre el dudoso comportamiento del expresidente, su base electoral se amplía con mayor firmeza.

No digamos ahora, después de ese fallido intento de magnicidio sobre Trump llevado a cabo en el transcurso de un mitin en Pensilvania en la tarde del sábado 13 de julio (madrugada del domingo 14 en España), cuando Thomas Matthew Crooks, un joven veinteañero, equipado con un rifle de asalto disparó sobre Trump desde el tejado de una nave industrial situada frente al escenario en el que el candidato republicano se dirigía a sus seguidores. Entre ambos habría una distancia de unos 150 metros y el expresidente tuvo la suerte de que la bala sólo le rozara en la oreja. Aparte de los evidentes fallos de seguridad por parte del servicio de inteligencia norteamericano, lo que ha quedado claro tras ese frustrado intento de acabar con la vida de Trump es que este ha salido nuevamente reforzado para llegar con ventaja más que suficiente a las elecciones presidenciales USA a celebrar el primer martes después del primer lunes del próximo mes de noviembre. En ese momento no se sabía aún muy bien si contra Biden o contra un nuevo candidato que se designaría en una próxima convención del Partido Demócrata, dado el cada día más evidente deterioro físico y psicológico del actual presidente estadounidense. Finalmente este sucumbió a las presiones de todo orden surgidas desde su partido y será Kamala Harris, la actual vicepresidenta, quien dispute a Trump la presidencia USA con alguna posibilidad de revertir la situación.

Si alguien dudaba de los reflejos políticos y populistas de Donald Trump ya no debe quedar absolutamente nadie que los ponga en duda. Esa fotografía de un Trump con la cara ensangrentada tras recibir el disparo en la oreja, levantándose tras haber sido protegido por los agentes de la CIA que se abalanzaron sobre él para evitar que nuevos posibles disparos hicieran blanco, puño en alto como gesto de coraje y de rabia, y con una bandera USA de fondo, es el mejor cartel de campaña de todos los que hubieran podido imaginar en el equipo republicano. Su ascenso en las encuestas es ya imparable.

Desde el atentado contra Reagan, en Estados Unidos en 1981 no se había producido ningún otro contra un presidente o aspirante a ocupar la Casa Blanca. Y ya es raro porque ha sido precisamente la etapa Trump, desde su salto a la arena política en la campaña de 2016, la que más ha fomentado la polarización y la hostilidad en el seno de la sociedad norteamericana que, por cierto, tampoco Joe Biden ha contribuido mucho a desactivar, a alimentar sistemáticamente el odio al adversario, transformándolo incluso en el enemigo a batir, conduce inevitablemente al fin de la democracia y al auge del populismo. Luego, claro, nos sorprendemos de que aquellos barros traigan estos lodos.

El desprecio de Trump por el adversario político, su uso torticero de la legalidad bordeándola siempre, cuando no saltándosela a la torera, con el único fin de satisfacer intereses personales, definen más a un autócrata que a un demócrata.

No corren, pues, buenos vientos para la democracia en Estados Unidos y, por extensión, para el mundo occidental si Trump –como parece ya inevitable-, vuelve a resultar reelegido como presidente USA. Su afinidad y hasta complicidad con Putin, su distanciamiento con la vieja Europa y su clara inclinación por alterar el status quo de la OTAN, no son buenas noticias para la UE ni para el resto del mundo democrático occidental.

Por cierto, que si algún país está viviendo en sus propias carnes ese peligrosísimo fenómeno de la polarización y el sectarismo político, al menos desde hace seis años, es precisamente el nuestro que, día sí día no, asiste boquiabierto a ver cómo se anda retorciendo la legalidad y reformando la constitución del 78 por la puerta de atrás con sentencias de legalidad y legitimidad tan dudosas como las de los ERE en Andalucía a manos del Tribunal Constitucional (no lo decimos nosotros sino, incluso, los mismos votos particulares de los miembros del Tribunal de Garantías que han votado en contra de las mismas), la última de las instituciones rendidas a la voluntad de un presidente de gobierno. Acaso por eso mismo el exministro socialista de cultura, César Antonio Molina, decía en Theobjetive.com (La ley no escrita, 18/07/2024), que “Sánchez no es Putin ni mucho menos, yo diría que se parece más a Trump echando la culpa a todo el mundo menos a él mismo, pero muchos gestos suyos autoritarios y díscolos con el propio Rey, provocan ya una gran preocupación y no dejan de alentar a la extrema derecha. La extrema izquierda, igual de peligrosa y tempestuosa, ya la capitanea Sánchez”.

Los síntomas, como digo, no faltan, así es que cada vez se hace más urgente buscar el antídoto contra este pernicioso, nefasto virus del populismo y la polarización políticos.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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