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Beatriz Argüello (actriz y directora de escena): "El escenario es mi sitio, mi lugar, mi casa"

> "Creo firmemente en el poder transformador del hecho artístico"

viernes 07 de junio de 2024, 11:38h
Beatriz Argüello
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Beatriz Argüello (Foto: Luis Malibrán)
Ha trabajado en más de una veintena de montajes con directores de la talla de Xavier Albertí, Natalia Menéndez, Helena Pimenta, Miguel del Arco, Blanca Portillo, Juan Carlos Pérez de la Fuente, José Luis Gómez, Eduardo Vasco y Gerardo Vera, entre otros. Hablamos de Beatriz Argüello, una de las actrices más importantes de nuestro país que, además, ya ha hecho también incursiones interesantísimas en el campo de la dirección de escena: Estaciones de Isadora (2016), de Hugo Pérez de la Pica, sobre la mítica Isadora Duncan, El caballero encantado (2020), de Benito Pérez Galdós, y Valor, agravio y mujer (2023), de Ana Caro de Mallén. Prepara ya un cuarto montaje que podrá verse en la próxima temporada con el que se podrá confirmar que estamos también ante una de las directoras de escena más lúcidas y personales de este país.

Su padre, el actor José Luis Argüello, leonés, y su madre, catalana, se conocieron como estudiantes en el Institut del Teatre cuando el primero fue a Barcelona a estudiar teatro. Se enamoraron y ambos se fueron a Madrid para terminar sus estudios en la RESAD, pero muy pronto su madre se dedicó a la docencia, mientras que José Luis trabajó durante bastantes años en el teatro independiente, junto a Malonda, y llegaron hasta Zagreb con La vida es sueño, de Calderón, en dónde José Luis interpretaba a Segismundo. Después hizo también varios Estudio 1 en TVE, aunque más tarde fue dejando el teatro poco a poco y su actividad derivó por otros derroteros.

Entre sonrisas, Beatriz Argüello nos confiesa que su padre “siempre ha sido mi mejor fan”. Muy pronto la familia (padres y cuatro hermanas), se fue a vivir a San Lorenzo del Escorial, y allí la pequeña Beatriz estudió piano, solfeo y ballet en el conservatorio, “con dos bailarines maravillosos que venían de la Compañía Nacional de Danza, Jorge y Paz, y con ellos di mis primeros pinitos en el mundo de la danza”.

Sus primeras funciones fueron en el hermoso Coliseo de San Lorenzo del Escorial (El lago de los cisnes, Giselle…), pero muy pronto se pasó a la danza contemporánea, en donde brillaba más que en el clásico. “De allí salté a Estados Unidos, a estudiar el último curso de Bachillerato, y cuando volví, aunque quería seguir con la danza, mi padre me animó a estudiar teatro. Me presenté a la RESAD y, aunque pasé las pruebas de interpretación, danza y canto, me suspendieron en una entrevista final”. Luego vendrían las dudas y los titubeos (“¡yo no debo valer para esto…!”), hasta que José Luis convenció a su hija a seguir por otro camino y, finalmente, Beatriz se matriculó en el Teatro de Cámara de Ángel Gutiérrez, y la joven alumna siguió con la danza por las mañanas y con teatro por las tardes, alternándolas con Filología inglesa, en la UCM, cuando buenamente podía. Pero fue el teatro quién se llevó el gato al agua.

Dos años y medio después de su ingreso en la Escuela de Ángel Gutiérrez, se presentó a la primera convocatoria formulada por José Luis Gómez al abrirse el Teatro de la Abadía diciendo tener 25 años (edad mínima que se admitía en la convocatoria), cuatro más de los reales, y superó todas las pruebas de esa cita de La Abadía junto a artistas de la talla de Ernesto Arias, Carmen Machi, Pedro Casablanc, Lola Dueñas o Esther Bellver, una grandísima generación de actores: “Ángel me enseñó a amar la literatura y el teatro, y despertó en mí el interés por las historias y los personajes… Y José Luis me dio la técnica para poder hacer teatro”.

"Conozco muy bien los procesos del actor"

Argüello, además, tiene una virtud que la distingue entre muchas otras actrices: su porte, su elegancia de movimientos en todo cuanto hace, y para la madrileña, el secreto está en la danza, “porque te permite conocer milimétricamente tu cuerpo. Los bailarines son personas disciplinadas, grandes deportistas que, como los músicos, están entrenando diariamente y esa capacidad de sacrificio, esa disciplina, es verdad, la he heredado de la danza. Los actores, sin embargo, somos un poquito más relajados en ese sentido”. Y la artista, con un café con leche entre las manos, evoca su relación sagrada con los escenarios, su segunda casa: “el escenario es mi sitio, mi lugar, mi casa. Muy pronto descubrí esa querencia e, incluso ahora que tengo la inquietud de dirigir, que ya no es estar sobre el escenario sino debajo, es también un lugar en el que me encuentro muy cómoda, porque sé lo que es estar arriba, conozco muy bien los procesos del actor”.

Hasta aquí queríamos llegar porque, si Beatriz es una inmensa actriz, estamos seguros de que también va a demostrar paso a paso la gran directora que es, precisamente por haber sido cocinera antes que monja: “Cada actor es diferente y, antes o después, muestra su vulnerabilidad en uno u otro flanco. Hay actores que entran en crisis muy pronto (‘¡no puedo…, no puedo…!’), otros comienzan mostrándose muy seguros, pero al final se desmoronan, otros van cogiendo fuerza durante el proceso y llegan muy bien al estreno, otros que enseguida lo pillan y van sobrados hasta el final… El de director es un trabajo con un gran componente psicológico. Por eso lo de dirigir a todos por igual me parece un error. Somos individuos y, por tanto, diferentes. En el trato, sí, hay que prestar idéntica atención, pero luego cada actor o actriz exige una atención distinta. Por ejemplo, a Julia Piera, la protagonista de Valor, agravio y mujer, vi la necesidad de invitarla a comer un día acaso para quitarle de encima el peso del protagonismo. Ella es la que sostenía el nervio de las escenas y, a veces, eso pesa mucho porque el día que están más bajitos, la función se resiente. Yo, que he hecho muchos protagonistas, sé muy bien que uno sabe que no puede bajar la guardia. No es lo mismo hacer tres escenas en una función que estar ahí durante 90 o 100 minutos seguidos. Energéticamente se requiere mucha más fuerza”.

Metidos ya en harina, como estamos, nos gustaría saber cómo una actriz o actor se desprende de la técnica para poder habitar en cuerpo y alma a un personaje. Para Beatriz, “cuando veo a un actor pendiente de la técnica, o de esta mecanicidad de hacerlo siempre igual, me parece que es un error. La técnica te da la libertad, pero hay que olvidarla en el escenario. Hay que trabajarla mucho, pero en casa. Por ejemplo, la palabra, que José Luis Gómez siempre defiende, hay que insistir en ella machaconamente con el aparato locutor, hacer muchos trabalenguas, ser consciente y tener mucho oído para saber si te silban las eses, o dónde pones la lengua al pronunciar la erre… Hay que autoobservarse mucho, y lo mismo que los bailarines conocen perfectamente cuando sufren y en qué músculo una contractura, los actores debemos saber también nuestras limitaciones para poder superarlas. Pero luego, en el escenario, la palabra, el verso tienen que fluir; la continuidad, el impulso… Tienes que dejarte. Y para adueñarte de un personaje tienes que hacerlo desde el vacío, dejarse penetrar por las ideas, por la imaginación”.

Y Beatriz continúa profundizando en la idea que nos quiere transmitir: “Cada vez que inicias un trabajo, cada vez que llega a ti un personaje nuevo, tienes que hacer el ejercicio de olvidarte de todo lo anterior. Es difícil, pero necesario. Hay que tener la sensación permanente de que siempre empiezas de cero, y a mí me gusta sentir esa sensación. No quiero estar contaminada nunca por mi saber hacer, aunque eso sale inevitablemente, y más cuando se trata de un proceso en el que no hay mucho tiempo por delante, o si el director te pide resultados inmediatos porque se acerca el estreno. Entonces sí, claro, tiras de tu saber hacer, pero lo interesante es ponerse siempre en riesgo”.

Claro que el riesgo implica también la posibilidad del fracaso, y eso no siempre es bien encajado ni por actores ni por nadie. Aun así, Argüello incide en que hay que saber convivir con esa posibilidad: “colocar al actor en esa tesitura es necesario, hay que trabajar con el fracaso, aunque no sea fácil de entender. Claro, que el director te contrata porque confía en ti y le gusta lo que haces, tu fuerza, tu garra, y siempre te pide que saques eso al exterior. Yo lo hago porque soy muy obediente a las indicaciones del director. En ese sentido soy más que disciplinada y siempre sigo sus indicaciones. Incluso, muchas veces, las sigo aun estando íntimamente en contra de ellas. Al fin y al cabo, es su propuesta. Por muy locas que te parezcan sus indicaciones, hay que confiar en el director”.

"Siempre empiezas de cero"

El propio cuerpo, o la edad, supongo (y así se lo indico a la actriz y directora), muchas veces son un verdadero hándicap para que un director se fije en ti. En su caso, por ejemplo, con una altura superior a la media de la mujer española, alrededor de 1,75 m., lo mismo limita mucho a los directores para elegirla como protagonista. Sin embargo, nos indica Beatriz, “cuando tengo un partenaire un poco más bajo que yo, me quitan los tacones y así compensamos… Lo de la edad es ya otro cantar. Las mujeres, a medida que vamos cumpliendo años, tenemos una especie de embudo que nos impide seguir avanzando. Por ejemplo, en el teatro clásico es tremendo. O haces de dama, o si hay alguna madre en el reparto, te colocan ahí. O como criada mayor. En definitiva, papelitos pequeños porque no hay apenas reinas protagonistas. Hay más reyes, y en ese sentido la literatura dramática nos perjudica. Y, además, un hombre de 50 o más años, con sus canas y su madurez a cuestas, aún resultan atractivos, mientras que en la mujer todos esos atributos juegan en contra”.

Beatriz cree, finalmente, que “debemos potenciar a los actores y a las actrices maduros porque la cincuentena, y más, es una edad preciosa porque aún se conserva la fuerza, y ya se empieza a atesorar mucha experiencia. Dentro de unos cuantos años más, sin embargo (ríe abiertamente, anticipándose a la idea que ya le corre por la cabeza…), ya no nos quedará más que la experiencia…”.

Aun sin buscarlo, mis interlocutores me abocan siempre a formularles cuál es su actitud frente a la muerte, frente a la decadencia y la dependencia. Beatriz no elude la cuestión y, con un “¡Ufff!” inicial, prosigue diciendo que “a mí me encantaría poder seguir trabajando hasta el final. Más como directora que como actriz… El otro día vi a Pepe Sacristán en La colección, de Mayorga, y me pareció una maravilla ¡Ojalá yo pueda llegar a ser mayor, vieja incluso, y pueda seguir ahí, en la brecha! El gran enemigo del actor mayor es la memoria. Te puede jugar muy malas pasadas…”. ¿Y el recurso al pinganillo?, le comentamos: “Es una opción”, nos comenta sin mucho convencimiento, y continúa afirmando que “sí, la clave está en la memoria. Ahora, recientemente, Ernesto Arias y yo hemos hecho Protocolo, y hemos tenido que hacer un ejercicio de memoria importante porque en dos funciones sucesivas cambiamos de papel (doctora y alcalde primero, y alcaldesa y doctor después). ¡Dos obras consecutivas de teatro ensayadas en sólo un mes…! Fue un trabajo ímprobo para nuestra memoria, y, además, con un texto lleno de tecnicismos. Estuve bloqueada un par de días y añoraba el verso de Calderón…”. Fue en el Teatro Corral de Comedias de Alcalá de Henares y damos fe de que el resultado de tanto y tanto trabajo no pudo ser mejor, tanto para Beatriz como para Ernesto.

Y, a todo esto, Beatriz es, además, madre de tres hijos. Un trabajo redoblado para una actriz que tiene que tomar muchas decisiones en poco tiempo, a la vez que no puede desatender a sus hijos. Aunque sean tres, como en su caso, y eso multiplique por otros tantos enteros la logística de cada movimiento familiar: “Hay que tirar hacia adelante, no queda otra. Un año llegué al Festival de Almagro, al camping, con mis tres hijos, una chica que me ayudaba, las bicicletas, y mi perra. Iba con la CNTC, con un montaje de Juan Carlos Pérez de la Fuente, y recuerdo a mis compañeros de reparto que, cuando llegué y salieron a recibirme, no daban crédito de las personas y las cosas que podían salir de ese monovolumen que llevaba. Daniel Albaladejo me decía ‘Pero tú, ¿a qué vienes aquí?’”. O qué decir de las veces que los actores y las actrices tienen que salir al escenario aun estando en condiciones psicológicas más que adversas por la muerte reciente de algún ser querido, o el sofocón que acaban de tener por algún contratiempo fuerte…. “Hay que salir, y no queda otra que olvidarse durante un par de horas de ese gran problema que te asedia y que, inmediatamente después de la función, va a seguir ahí, esperándote”. Y la madrileña añade que “en esos momentos en que estás muy cansada, o vienes de un rodaje muy exigente, cuando tienes buena técnica, te refugias en ella para poder sacar adelante y de la mejor manera posible lo que tienes entre manos”.

Falta dinero, sobra vanidad

Recuerdo que, en cierta ocasión, Nuria Gallardo, compañera de tablas de Beatriz Argüello, sobre todo en la CNTC, me decía que ella se identificaba mejor con sus personajes a través de los perfumes, que usaba uno distinto para cada uno de ellos. ¿Cuál es el truquillo, el mecanismo que utilizas tú?, preguntamos a Beatriz: “Yo reconozco mucho a los personajes por cómo están en escena, y por el cuerpo. Yo sé perfectamente cómo era mi Viola de Noche de Reyes, de Shakespeare. Sé qué hacía con los brazos, cómo era su manera de escuchar. Reconozco también como era Casandra o Isadora Duncan, y cómo miraba al mundo después de haber perdido a sus hijos. O uno de mis últimos personajes, el de El perro del teniente, que incluso tenía un tic nervioso en el cuello… Son mis pequeños secretos, que no comparto, que los llevo conmigo y que me sirven para seguir adelante con ellos. Incluso, a veces, dentro de otra obra de teatro, les hago un pequeño homenaje… Me costó mucho, por ejemplo, desprenderme de Isadora, y contagiaba mucho de este personaje a Casandra, de El castigo sin venganza. Y tuve que decirme a mí misma que ya bastaba, porque Casandra es una bestia parda, mucho más joven que Isadora, y merecía más de lo que le daba en principio…”.

Se queja nuestra artista de la poca presencia femenina en los teatros públicos y de que ese no sea camino para que las mujeres directoras despeguen como merecen: “si no hubiera directoras, no habría nada que hablar, pero estamos en un estadio en el que ya no debiéramos hablar de esto porque tendríamos que ocupar la mitad de esos cargos públicos!”.

Preguntamos ahora a Beatriz si cree, de verdad, que algún gobierno (centro, derecha o izquierdas, da igual…), se ha tomado alguna vez en serio la Cultura, con mayúscula, y la artista se muestra contundente: “No… Cada vez los presupuestos son más reducidos, los trabajos se hacen más precarios, los actores seguimos cobrando lo mismo que hace 20 años (o menos, incluso), y esto no puede ser. Debía de apoyarse más el mecenazgo, que se viese como un valor la posibilidad de invertir en cultura, en teatro, en circo o en danza, por ejemplo. O apoyar fiscalmente y sin ambages a las empresas que se decidan a utilizar esa vía. Hace unos días tuve un taller con Javier Molina, Codirector Artístico del Actor’s Studio de Nueva York, y me quedé alucinada cuando me dijo que en ese centro los actores no pagan ni un dólar. El Actor’s Studio se sostiene únicamente con el mecenazgo, con el apoyo directo de las empresas que apuestan por el teatro, el cine, la cultura… Yo no sé cuál podría ser la fórmula concreta en nuestro país, porque no soy economista, pero buscar maneras de que dejemos de ser un sector tan precario… Los actores, en los teatros nacionales no cobramos a fin de mes sino el día veintitantos del mes siguiente. Te dices que por qué y te contestan que los mecanismos… ¡Pues que se cambien! Hay que hacer algo para cambiar este sistema”.

Os falta tanto dinero como os sobra vanidad, le apuntamos sonriendo a la artista, y esta no niega la mayor: “Sí, ese es un mal. Hay que ir desprendiéndose del ego a medida que vas cumpliendo años y ponerse más al lado de los proyectos que haces. Pero sí, el actor tiene que tener mucho arrojo para salir a un escenario. Eso de mostrarse permanentemente a un público desgasta mucho y, en cierta manera, hay que compensarlo con el ego, hay que tener mucha seguridad en uno mismo para atreverse a salir ante 300, 400, 800 espectadores. Pero el verdadero artista, si se parapeta en su ego, no crece en otros territorios. Son esos actores que ves que pueden llegar a ser muy buenos, pero que a veces se parapetan en la repetición, que se escudan en su manera personal de hacer, y quien se escuda en eso, no llega a asumir nunca el riesgo que convoca el arte… Este directivo del Actor’s Studio insistió hasta la saciedad en que no tengamos miedo a equivocarnos, que hay que jugar libremente, sin juicios, porque desde ese sitio lúdico siempre hay espacio y tiempo para crecer como actor… Alguien dijo una vez que el actor que se retira del escenario y luego se retira entre cajas y no sabe lo que ha hecho, es que estaba trabajando”.

A Argüello le encanta ese silencio previo a levantar el telón porque es el que da la señal de que la comunidad de todas las almas ya se ha establecido. “Ese silencio me parece maravilloso porque ahí hay algo que convoca y es la señal de que el público entra ya al juego, se oscurece la sala y aparece algo, y en estos tiempos de locura y de dispersión eso es muy valioso”. Y ese otro silencio, el definitivo, el del final de la vida, ¿cómo lo encajas desde tu hoy pletórico, lleno de posibilidades? “Temo más que pueda pasarle algo a mis seres más queridos que a mí misma. A estas personas que andan medio deprimidas por tantas y tantas cosas, a veces creo que habría que llevarlas al Pozo del Tío Raimundo a repartir comida en el comedor social y, probablemente, en el rato que haces algo por los demás, se le olvidaría su problema personal. Abre un poco la mirada y haz algo por los demás… Mi hijo mayor se fue hace unos meses a Ucrania con una ONG, a repartir alimentos, juguetes, etc. En una zona de conflicto y cuando volvió su mundo ha cambiado radicalmente; ahora es mucho más consciente de los demás… Y es que el teatro también va de eso, puede ayudar a las personas a sanar las almas”.

“Yo no me apropio de los personajes. No son míos. Lo mismo viene una actriz dentro de un año y lo hace mucho mejor que yo. El arte trasciende eso porque está hecho para todos. Si vas al Prado y te plantas delante de Las Meninas, probablemente cuando salgas serás un poco mejor. Se provoca algo que te sana, en el sentido de que lo mismo te aporta alegría, o una forma más positiva de ver las cosas. Es el poder transformador del hecho artístico, y eso atañe a la pintura, al teatro, a la escultura, a la danza, a la música…”.

Cuestionario común (B. Argüello)

¿Qué puede hacerte desmoronar en un momento dado?

Un mal recuerdo de algo triste de mi vida.

¿El artista debe ser metódico, ordenado, o visceral e intuitivo?

En la época de aprendiz tiene que ser metódico, para luego pasar a una etapa mucho más intuitiva y buscar que el arte viva en él.

¿Te molesta mucho que los espectadores se olviden de apagar el móvil o se pongan a consultar las redes en plena función?

Es terrible. No sé si habría que plantearse la colocación de inhibidores en las salas de teatro. En todo caso, a mí me molesta más como espectadora porque, cuando estoy en el escenario, hago como que no lo veo o no lo escucho. Otros compañeros, sin embargo, cortan brevemente su actuación, miran al patio de butacas y luego continúan. Es su forma de evidenciar que no hay respeto… Si no puedes estar una hora o dos sin mirar al teléfono, mejor no vayas al teatro.

¿Se puede ser progresista y de derechas y conservador y de izquierdas?

Se puede ser tradicional e innovador perfectamente. A mí me encanta el folklore español ¿A eso se le puede llamar conservadurismo? Forma parte de nuestras raíces populares… Se puede ser progresista en el sentido de no quedarse anclado y mirar hacia adelante y trasformar esa tradición para traerla a nuestros días. En todo caso, yo estoy en contra de la hiperpolitización de la cultura y eso de que ‘si no estás conmigo, estás contra mí’, no va conmigo. ¡Yo no estoy contra nadie!

¿Tiene la mujer presencia suficiente en todos los ámbitos de la sociedad o no?

Hay cosas por hacer. Todavía queda mucho camino. Cuando encuentras a un hombre con sensibilidad hacia lo femenino es maravilloso. Y tenemos que estar pendientes de avanzar en esa dirección tanto los hombres como las mujeres.

¿Qué pregunta te haces a ti misma con frecuencia y aún no has encontrado la respuesta?

La eterna pregunta de quién soy, quiénes somos… ¡ese camino constante de autoconocimiento!

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