La tarde se iba hundiendo minuto a minuto, toro a toro, en el embudo del sopor, unido al del bochorno de una temperatura más propia del ferragosto. Y en esto apareció Rebeco, que salvó en parte el petardo ganadero, uno más de los ‘juanpedros’. Un animal bravo en el caballo, noble y codicioso, de excelente tranco en la muleta. Y Talavante le dio fiesta. Aunque no la que merecía tan excelso colaborador, que era de Puerta Grande. Eso sí, es más que probable que en los mejores tiempos del extremeño, de un lustro para atrás, cuando se convirtió en la máxima figura, le habría cortado las dos. Mas el caso es que salvó una tarde en la que un Morante fuera de sitio volvió a fracasar (y van…) y Aguado toreó muy bien con el capote.
Es lo que tiene la tauromaquia que en cualquier momento puede surgir la magia, incluso de manera sorprendente porque Rebeco, un cinqueño largo, pesó 672 kilos y con el fiasco de sus hermanos anteriores poco podía apostarse porque se convirtiera en uno de los toros del abono. Sí lo vio claro Talavante, que sin una probatura, ni falta que hacía, improvisó cerca de tablas una serie de estatuarios y trincherillas cerrada con un molinete.
El cotarro se le entregó como en los viejos tiempos y Talavante siguió con naturales y redondos de mano baja ligados en un rodalico de terreno pero faltos de un punto de mando -que no es lo mismo que aprovechar el limpio viaje del animal- y de profundidad. No faltó la arrucina y luego volvió a improvisar tres trincherazos en un palmo antes de un final rodilla en tierra y uno de pecho mirando al tendido.
En conjunto faltó lo que Bienvenida entendía como macizar la faena. El espadazo quedó desprendido y el premio fue de un solo trofeo ganado por méritos y por pañuelos. Fue una ‘resurrección’ incompleta de Talavante, que tras otra oreja en su primera corrida hace crecer las expectativas de cara a este viernes cuando volverá a hacer el paseíllo.
Y contado esto poco más hay que añadir, y casi todo negativo, a excepción de los bellos momentos que dejó Aguado con su verónicas mecidas y dormidas y las ajustadas chicuelinas en los de su lote, ambos como sus hermanos menos Rebeco punteando siempre el trapo a la salida de las suertes.
La serie con que más se lució el sevillano, casi en el platillo, fue con el último, abrochada además con una media muy barroca es la mejor de la feria. Luego se estrelló en sus intentos de sacar faena de arte a dos animales deslucidos y flojos, que se iban apagando poco a poco. Lo mismo que sufrió Talavante en su primero, tras un esperanzador inicio en redondos, el animal pegajoso y corretón se vino abajo.
Claro que el que más se vino abajo fue Morante en que abrió festejo, noblote, con el que se inhibió con el percal, y después lo que se le vino arriba fue la jindama y el justificado enfado del público, una vez más. Al menos intentó taparse en el otro, de similar catadura, con unas verónicas jaleadas excesivamente -más por sugestión y ganas de ver las de verdad, que no llegaron, que por realidad-. El de la Puebla, con muchas precauciones, dejó un par de redondos bellos y poco más. Desde el tendido se le reclamó que se cruzara. Por favor, eso hoy parece misión imposible.
FICHA
Toros de JUAN PEDRO DOMECQ, muy desiguales de presentación: los tres primeros con volumen pero muy pobres de cara, el resto con trapío; cinqueños, flojos, nobles y descastados, que se vinieron abajo en el último tercio. A excepción del magnífico quinto, bravo y encastado. MORANTE DE LA PUEBLA: bronca; silencio. ALEJANDRO TALAVANTE: silencio; oreja. PABLO AGUADO: silencio tras aviso; silencio. Plaza de Las Ventas, 29 de mayo, 17ª de Feria. Lleno de ‘no hay billetes’ (22.964 espectadores, según la empresa).