De mariquitas, putas y traidores
viernes 25 de enero de 2008, 16:57h
Mariquita, nenaza, puta, basura, traidor, vendido, pedazo de mierda. Todos estos insultos y algunos más de grueso calibre y peor transcripción, acompañados de agresiones físicas y escupitajos, se oyeron el otro día en el Parlamento italiano, donde ver las caras encolerizadas y fuera de sí de sus señorías era aún peor que oír todo tipo de improperios propios de un tugurio maloliente. Por mucho que se nos diga que en la política italiana vale todo y que este tipo de espectáculos ya no debía de escandalizarnos, reconozco que sigo sintiendo vergüenza ajena por este tipo de escenas y me es muy difícil entender cómo los italianos siguen confiando en una clase política de esta calaña, que además es incapaz de formar gobiernos con una mínima estabilidad.
Dicen los expertos, y los analistas políticos de ese país, que los italianos están vacunados, que más que un gobierno débil les preocupa el precio del petróleo, la crisis de la bolsas o la amenaza de recesión, pero me niego a creer que, hechos de este tipo, no hagan sonar todas las alarmas democráticas en un país que vive desde los años 90 una grave crisis política y económica, de lo que no parece que pueda despegar. En estas circunstancias, es inevitable hacer una comparación con nuestro Parlamento donde, ni en las sesiones más tensas de toda la democracia se han oído insultos de un calibre ni siquiera similar. Nos quejamos y con razón cuando sus señorías en la Carrera de San Jerónimo no guardan la compostura y exigimos a nuestra clase política que tenga una conducta ejemplar y ejemplarizante para mantener el respeto de los ciudadanos que les hemos votado. No dejo de imaginarme qué haría Manuel Marín, que deja su cargo con una profundo sabor agridulce y con razón -después de haberle tocado presidir el Congreso en la legislatura más crispada desde la transición- si se encontrara con una escena similar a la italiana. Supongo que por respeto a sí mismo y a la institución que representa, primero habría suspendido la sesión y después, tal vez, por vergüenza torera habría tirado la toalla. Afortunadamente ¡España es diferente! y en madurez democrática incomparablemente mejor.
Al final tenían razón quienes advirtieron a Romano Prodi que iba hacia su suicidio político si se sometía a una moción de confianza en el Senado, con una mínima mayoría absoluta y al frente de una coalición de partidos de lo mas heterogéneos. Tenían razón y por eso ha dimitido. Ahora o se convocan nuevas elecciones o se intenta formar otro gobierno con una nueva coalición. Ambas situaciones son complejas y pintan un oscuro panorama en un país con una economía muy debilitada, unos servicios públicos rehenes de los sindicatos y el índice de natalidad más bajo de Europa. En fin, visto lo visto, aquí el que no se consuela es porque no quiere ¡Virgencita que me quede como estoy! y con una clase política mejorable sí, muy mejorable, pero desde luego ni barriobajera ni digna de un burdel como la italiana.