Tarde, pero cumplió. El presidente del Gobierno ha visitado el lugar de los atentados sin percatarse que la escenografía de la tragedia, la profundidad y magnitud del agujero, necesitaba su fotografía y ha llegado ya cuando todos sus opositores habían ocupado el escenario.
Es el retrato de la falta de reflejos. El presidente estaba tan confiado en el éxito de su receta que el sobresalto le ha dejado aturdido. Le ocurrió antes con el Estatuto de Cataluña y con las elecciones en esa comunidad. Las bases de sus diseños estratégicos no se cumplen. Pero lo que es peor, es el último en darse por enterado, como si tuviera una disociación entre su percepción del mundo y el resultado de sus recetas.
El presidente tiene por delante el reto de recuperar una credibilidad que había apostado en una dirección que ha sido dramáticamente trucada por ETA. Ya no sirven las frases solemnes y huecas de "largo, duro y difícil". Ya no sirve que diga, como hizo ayer, que su empeño por la paz es mayor que antes, porque los ciudadanos no quieren conocer las apuestas del presidente sino sus fórmulas. Por la propia naturaleza del proceso, José Luis Rodríguez Zapatero no explicó las cosas que estaba haciendo. Y esa confianza exige respuestas ahora que ya no es necesaria la discreción. El paso siguiente, si el político quisiera todavía acceder a la condición de estadista, debiera ser el ejercicio de la autocrítica ante una ingenuidad que ha terminado por demostrarse de forma dramática.
Al PP no debiera hacer falta decirle que ejerciera la responsabilidad porque esa sería su mejor arma. Sus exageraciones, la brutalidad de su actitud, están impidiendo un debate político que está suplantado por los exabruptos de sus dirigentes.
Es hora de un enorme ejercicio de responsabilidad de los dirigentes políticos en su conjunto. El problema está en saber si son capaces de reaccionar de esa manera ante el nuevo reto de ETA.